miércoles, 26 de mayo de 2010

VI

VI
La ropa está tendida, los estómagos están saciados. Jacques se ha tranquilizado en parte, y aunque Eloise le llama al móvil repetidamente, Danielle le obliga a desconectarlo. Es lo mejor.
Jacques hace un buen rato que se ha quedado dormido.
Danielle aprovecha para escaparse un rato; se pone los pantalones de chándal y a correr. Una vez que uno se acostumbra, es como una adicción, no se puede parar. Y tampoco quiere dejar mucho tiempo solo a Jacques, es capaz de cometer cualquier locura.
Corre por Rue Max Jacob, observando los árboles pelados por el frío, los charcos de los parques, los niños que juegan a pesar de todo, el ruido de la ciudad que respira. Respira con sus coches, sus pájaros, sus habitantes. Sonríe. Piensa en detenerse unos instantes y observar a aquellos críos que juegan a ver cuál de ellos atraviesa más barras sin caerse, pero no, algo la impulsa a continuar.
Y él está allí.
Solo que ella, ya no es ella. Corre, llena de reconocimiento, le abraza.
Pero él sí es él.
Edmund se gira sorprendido. La ve. No puede creerlo.
– ¡Sabía que te conocía de algo!- exclama.
Están muy cerca, pero a él parece no importarle. Es más, esboza una media sonrisa de diversión. Ella en cambio tiene los ojos muy abiertos, está sorprendida. Tal vez demasiado.
« ¿Qué estás haciendo?», piensa.
La joven respira entrecortadamente, como si se quedara sin aire, aunque no es así. Hiperventila. Ahora lo comprende, y está nerviosa, terriblemente nerviosa.
Edmund le observa con sus enormes ojos grises, sólo que aquellos ojos grises no la reconocen, no la aman. En absoluto. Únicamente muestran un profundo y desconcertante interés. Es ella la que da un paso hacia atrás, casi mareada.
– Dime, ¿De qué te conozco?- pregunta él. Medio sonríe. No puede parar de mirarla. Hay algo en ella. Algo especial… Y sin embargo ella parece… ¿Asustada?
Ella aprieta los labios. ¡Dios mío! Sabe que acaba de meter la pata hasta el fondo, que aquello es un terrible error, pero… ¿Dónde se ha metido él? Le busca en el interior de los ojos grises del joven. Nada, no hay nada.
« ¿Dónde estás?», piensa.
Y Edmund sigue esperando, pero ella no puede hablar. No debe hablar. Sería empeorar aún más las cosas.
La sonrisa del joven se desvanece ligeramente mientras ella se mira las manos, dubitativamente, y después lo decide. Sí, es lo mejor. Echa a correr, y deja a Edmund atrás, allí, desconcertado.
– Pero…
« ¿A dónde vas?»
Parpadea, esperando verla desaparecer, que todo haya sido un espejismo. Una broma de su imaginación. Pero no es así, ella sigue allí, alejándose.
«No lo entiendo», piensa al fin, mordiéndose el labio inferior.