miércoles, 26 de mayo de 2010

IV

IV
El timbre suena una y otra vez, pero Jacques está profundamente dormido, con la cabeza oculta tras la almohada.
– ¿Y este tío qué? ¿Por qué no abre?- refunfuña ella al otro lado.
El teléfono de casa suena, Jacques tarda unos minutos en oír el sonido, vincularlo al objeto del que procede, y contestar.
– ¿Sí?- le parece que hace varios minutos que ha hablado con Danielle, pero tal vez haya pasado un poco más.
– ¿Por qué no contestas al timbre?- la voz de ella suena irritada.
Jacques aprieta los labios. ¿Qué demonios…? Corre a abrir la puerta.
– Vuelve a llamar…- dice con voz ronca.
Ella obedece, aún refunfuñando.
– Ya subo.
Ella cuelga el teléfono, él se pregunta si ha confundido la voz.
« No puede ser posible», piensa. Y sin embargo sabe que es Eloise la que sube en el ascensor. No puede haberse equivocado.
Sujeta el pomo de la puerta, esperando a que se encienda la luz del pasillo, nervioso. Dios mío, ¿Qué hace ella aquí?, ¿Por qué está ella aquí? Le sudan las manos. ¿Y si ha vuelto? ¿Y si le echaba tanto de menos que ha dejado Londres por él?
Una muchacha bajita y delgada de cabellos negros y ondulados, ojos marrones ocultos tras unas gafas de sol que chocan con sus pestañas, y un vestido verde corto, demasiado corto, enciende la luz y se dirige a la puerta de Jacques. No quedan dudas. Es ella.
Ella llama a la puerta. Él tarda unos segundos en autoconvencerse, y en atreverse a abrir la puerta. Tal vez estaba soñando, tal vez cuando abriese la puerta Eloise desaparecería, él despertaría y aquello sólo habría sido un sueño. Tal vez habría sido mejor así. Abre, y ella sonríe:
– Hola, Jay- no hay muestras de irritabilidad, la habrá perdido en el agujero del ascensor.
Él no puede evitar hacer la pregunta, por muy estúpida que parezca.
– ¿Eloise?
– Claro, tonto- dice ella, enarcando las cejas. Lo achaca a la cara de recién despertado que tiene Jacques— ¿Quién si no? ¿O es que te has estado viendo con otra?
Jacques ignora deliberadamente aquella pregunta.
– ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en Londres?
Ella sonríe, mostrando dos filas de dientes blancos y perfectos.
– Sí, pero me aburría. ¡Es fin de semana! Echaba de menos París.
Él se clava un puñal mentalmente.
«No me echaba de menos a mí, echaba de menos París»
– ¿Y qué haces aquí?
Está demasiado conmocionado como para darse cuenta de que repite la pregunta.
– Pensé que podíamos pasar un rato juntos.
Mira de reojo a través de la puerta, como si esperase encontrar a otra allí. Jacques se hace a un lado.
– Entra.
Eloise le besa en la mejilla y entra en la casa, dejando una mini maleta después de la puerta.
– Vaya, tienes la casa muy ordenada.
Sonríe. Como si no supiese que Jacques es un maniaco del orden.
– Sí.
– Bueno, ¿Y qué has hecho estos días? ¿Qué tal la semana?
Él aprieta los labios.
« ¿Intentar olvidarte?», aquella es la pregunta que empuja a través de su garganta, queriendo ser libre.
– Nada en especial- dice finalmente— ¿Y tú?
– ¡No te lo imaginas! Londres es precioso. Pero precioso con mayúsculas. Es como… No sé con qué compararlo para que me comprendas… Y los londinenses… ¡Encantadores! No te imaginas…
Las palabras de Eloise se pierden en el aire de la habitación, mientras Jacques continúa preguntándose;
«Eloise, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué has vuelto?»
Él no quiere oír todas las anécdotas que ella parece querer contarle, él quiere despertar. ¿Cómo va a olvidarla si ella de repente aparece allí, como si no hubiese pasado nada? Como si no se hubiese marchado…
– No me estás escuchando- dice minutos después, cuando hace una pregunta retórica y él no contesta.
Jacques siempre contesta a las preguntas retóricas, nunca las ha entendido.
– Sí, claro que te escucho.
– No, no lo haces.
Da una vuelta en redondo a su alrededor.
– ¿Oye? Esto parece más vacío.
Aprieta los labios, y Jacques observa su reacción, sabiéndose perdido.
– ¿Dónde están nuestras fotos? ¿Y él muñeco que compramos en Venecia?
Recorre el comedor, como si hubiese descubierto una terrible aberración, con la nariz arrugada.
– ¿Dónde están?- repite.
– Eloise, te has ido.
Jacques no puede decir otra cosa. ¿Qué importa donde estén los recuerdos cuando la realidad se ha acabado? C’est finí, los recuerdos duelen.
Ella grita:
– ¿Y qué? Me he ido, ¿Eso es motivo suficiente para borrar nuestro pasado?
Jacques no se lo puede creer.
«Definitivamente no entiendo a las mujeres», piensa.
– Están en el trastero, en una caja. ¿Los quieres? Puedes llevártelos a tu nueva vida, a Londres.
Se rinde. No quería ser hostil, pero no puede evitarlo.
Ella hace un mohín.
– Oh, cariño. Estoy siendo demasiado insensible contigo, ¿Verdad?- se acerca a él, le besa.
Y él, tonto de él, estúpido de él, se deja. Se deja aunque sabe que ella se volverá a ir, se volverá a marchar dejándole un recuerdo más que desechar en la caja de recuerdos dolorosos.