miércoles, 26 de mayo de 2010

II

II
Ella sonríe, encantada de su idea. Correr por la calle no es lo mismo en absoluto que correr por la playa.
Se sienta en la parada del autobús a esperar. Eso sí, el trayecto a casa es un poco más largo, y el bus es lento. Pero no importa, no hay nadie esperándola en casa. Blanche ha ido a pasar el fin de semana con Nicolette Legrange, y Denise Florit, en una fiesta de pijamas. Danielle había sido incapaz de negárselo. A ella también le hubiese gustado que a su edad le permitieran hacerlo.
Aún así, suspira. La casa estará muy vacía sin Blanche.
Ve pasar un coche negro, pero no le presta atención. Es un coche como otro cualquiera, solo que su conductor es Edmund. Él tampoco ve a Danielle, aunque está pensando indirectamente en ella;
« No logré alcanzar a la corredora de la playa, me habría gustado ver qué aspecto tenía»
¡Menuda sorpresa se habría llevado!
El autobús tarda aún un buen rato en llegar — ¡Casi veinte minutos!—, pero Danielle aguanta la espera pacientemente. Sube al bus, saluda al conductor, que debe de estar hasta las narices de que cada persona que monta le diga «hola», «Buenos días», o todos sus sucedáneos, pero sigue devolviendo el saludo una y otra vez. Se sienta en un hueco libre, y coge el móvil.
– ¡Hola!- saluda con voz alegre.
– ¿Mmm?- una voz somnolienta murmura al otro lado.
– ¿Jacques?
– Mmm… Sí.
Estaba dormido. Danielle está segura.
– Te he despertado, ¿Verdad?- ríe entre dientes.
– No, no. Claro que no.
Finge que su voz es menos áspera de lo que en realidad es. Sí, estaba dormido, pero no quiere que Danielle cuelgue. Hablar con ella le ayuda a no caer en aquella espiral de recuerdos cuyo vórtice es Eloise.
– ¿Ah, no? ¿Entonces qué hacías?
– Yo…- Jacques mira a su alrededor— estoy haciendo la cama, sí. Haciendo la cama…
«…Conmigo dentro»
– Ya.
No cuela.
– ¿Y tú qué haces?
– Estoy regresando a casa. Me levanté temprano y fui a la playa a correr.
– ¿A la playa? ¿Tú estás loca?
Ella sonríe.
– No, no estoy loca. Sólo se me ocurren cosas que a otros le parecerían locuras. Eso no me convierte en loca.
La imagen de Ravine Dumarais aparece en su mente, haciéndola temblar. Al día siguiente, cuando Danielle había llegado al hospital, ella ya no estaba en su habitación. Cuando preguntó, nadie sabía si le habían dado el alta o qué. Probablemente no había preguntado a las personas adecuadas.
– ¿Oye? ¿Me has oído?- pregunta Jacques, ahogando un bostezo.
– No, lo siento. ¿Qué has dicho?
– Preguntaba por Blanquita. ¿Hablaste con ella?
– No la he llamado aún. Hablé dos minutos con ella ayer, el tiempo necesario para que me dijera que se lo estaba pasando genial, y que si alguno de sus peces moría en su ausencia la culpa sería únicamente mía.
– No sé por qué no me sorprende- bromea Jacques— ¿Los peces han sobrevivido a esta noche?
– ¡Jacques!
– Nunca se te han dado muy bien las mascotas. ¿Te acuerdas de esa rana que cogimos en el río en tercero?
– ¡Eso no fue culpa mía! Se escapó del acuario- protesta Danielle a voz en grito. Algunos de los pasajeros se giran a mirarla. Jacques sonríe; adora la imagen indignada de Danielle por encima de cualquier otra. Bueno, tal vez su sonrisa la supere. Pero por muy poco.
– Bueno, ¿Y qué tal estás?- Danielle no quiere meter el dedo en la yaga, pero se preocupa. Quiere saber si Jacques acabará dentro de un agujero negro sin retorno, o si por el contrario está «viendo la luz», figuradamente, claro.
– Creo que bien- mira la habitación, de la que ha desaparecido cualquier rastro de que Eloise alguna vez estuvo ahí, y se encoge de hombros— mejor de lo esperado.
Danielle sonríe, aunque desconfía levemente. No sería la primera vez que Jacques la mentía acerca de su estado emocional. Es más, llevaba haciéndolo casi veinte años.
– ¿Seguro?
– Sí, seguro.
No está tan convencido como aparenta, ¿Pero qué más da? Al menos no se está hundiendo en el lodo hasta los codos.
– Vale- Danielle decide creerle— ¿Quieres que nos veamos luego?
Jacques duda unos instantes.
– Recuerda que estoy sola y desamparada. Anda, por favor.
¿Cómo iba a resistirse a eso? Él no sería capaz de decir que no a una petición así, sobre todo viniendo de Danielle.
– Está bien. Llámame a casa cuando llegues.
Ella responde que sí, y se despide, sonriendo triunfalmente.
Jacques cuelga el teléfono y se deja caer en la cama.
– Me aseguraré de que cuando llames siga dormido- dice con cara de felicidad. Dormir, ese sí que es su verdadero amor.