jueves, 6 de mayo de 2010

IV

IV

– Espera, Blanche, espera- jadea Danielle, rodando aún sus patines. No puede con su alma.
– ¿Qué pasa?- dice su hermana, dando una vuelta completa con los patines, sin perder el equilibrio en ningún momento— ¿Ya estás cansada? ¡Eres una flojucha!
Danielle sonríe.
– Claro, ya estoy mayor- dice, tambaleándose hasta un banco con pasos vacilantes. Respira hondo.
– Vale, nos vamos ya a casa- acepta Blanche, haciendo un último sprint hasta el banco, y sentándose con total elegancia. Los patines son como una prolongación de sus piernas. Se ponen las deportivas y guardan los patines en la mochila.
– ¿Una carrerita hasta casa?- pregunta Blanche.
Danielle niega con la cabeza, pero después cambia de idea.
– ¡Tonto el último!- exclama, y echa a correr.
Blanche refunfuña unos segundos, después ríe a carcajadas. Danielle ha mirado hacia atrás para comprobar si la seguía, con tan mala suerte que ha chocado contra una farola. Blanche aprovecha para adelantarla, y Danielle se restriega la frente con la mano mientras intenta recuperar su posición. Imposible. Blanche es más rápida.
– Gané. ¡Tonta!
Danielle se agarra la mano a los costados, y respira hondo. Asiente con la cabeza, y Blanche se apunta un tanto en su lista mental. En aquel inventario lleno de derrotas, y algunas victorias que es la vida.
«Lo has conseguido», se dice Danielle. Ni siquiera ella está segura de a que se refiere exactamente.

Ya es más miércoles que martes, son las cuatro y cuarto de la mañana. Danielle se levanta, sobresaltada. Ha tenido un sueño extraño, pero no exactamente una pesadilla. No es de esos sueños que aterran al que los «vive», sólo es uno de esos que te desconciertan, y despiertas empapado en sudor, con la mente muy despierta. Sólo que Danielle no es capaz de recordar lo que soñaba. Únicamente sabe a ciencia cierta que no logrará volverse a dormir. Después de quince minutos intentando recordar de qué iba su sueño se mete en la ducha, y bosteza. Ha dormido fatal, hay algo que se le ha escapado y que la intranquiliza. Algo que ha olvidado, si es que alguna vez lo ha sabido.
– ¿Danielle?- dice la voz adormilada de Blanche al otro lado de la puerta. No habla muy alto, pero Danielle la oye claramente.
– Blanche, soy yo. Vuelve a la cama.
La muchacha bosteza, con los ojos semicerrados. Mastica un chicle imaginario, y se dirige inconscientemente a la cama de su hermana. Está más dormida que despierta.
El tiempo pasa. Danielle ha regresado a la cama, y se ha tumbado al lado de Blanche. Parece que va a lograr dormirse cuando suena aquel ladrón de sueños inacabados.
Blanche se cubre la cabeza con la almohada y continúa durmiendo, apaciblemente. Sin nada que pueda quitarle el sueño.
Danielle se levanta, deseando tirar el despertador por la ventana. Tal vez algún día lo haga. Busca el móvil, con la mandíbula desencajada en un bostezo y los ojos hinchados por el insomnio. Tiene un aspecto bastante deplorable.
Se mira al espejo, y suspira.
– Genial, eso soy yo.
Pero se encoge de hombros, y decide que aquel día sí hace falta. Se echará una buena capa de maquillaje para ocultar su aspecto somnoliento, aunque desgraciadamente, no será muy efectivo. Así es la vida, el maquillaje no hace milagros.
Teclea en el móvil un mensaje para Jacques, sin mirar mucho en qué es lo que escribe.
« ¡Hola! Que tengas un buen día. Ayer no supe nada de ti, espero que estés bien. Quiero tener noticias tuyas. Llámame luego, o lo haré yo.»
Después desayuna, Blanche hace acto de presencia cuando Danielle ya se está vistiendo.
– Jolín, no quiero levantarme hoy- remolonea, dando vueltas en la cama.
No hay discusión posible en ese tema, tiene que levantarse.
– Saluda a Mathias de mi parte, nos salva la vida cada mañana.
Blanche refunfuña, ocultando la boca bajo la almohada. Danielle entra en el juego.
– ¿Qué estás murmurando?
– ¿Sí o no?
– Sí o no, ¿Qué?
– A lo que he dicho- dice Blanche, sonriendo ampliamente. Aún es una sonrisa soñolienta.
– No.
– ¿Es esa tu respuesta final?
Danielle asiente. Ante lo desconocido, mejor una negación que un asentimiento.
– Vaya, ¡Qué pena!- dice Blanche, poniéndose en pie y caminando hacia el baño. Se pisa los bordes del pantalón del pijama, que le queda muy pero que muy largo.
– Suéltalo.
Danielle conoce lo suficiente a su hermana como para saber que no es capaz de marcharse sin decir lo que está pensando. Le pueden las ganas de hacer partícipe al mundo de su genialidad.
– Está bien, pero sólo por ser tú- se gira de un brinco, retorciendo el pantalón bajo sus pies— Te has negado a dejarme dormir un poco más, lo que conlleva a que no le dé al señor Legrange las gracias, y además, te has comprometido a comprarme más peces.
Danielle agita la cabeza.
– Ni hablar. En primer lugar, le darás las gracias al señor Legrange. En segundo lugar, ve a alimentar a los que ya tienes, si es que quieres que sobrevivan a mañana.
Blanche coloca sus manitas en las caderas, hincha las mejillas y suelta el aire de una sola vez.
– Bueno, pero… Pero…- no se le ocurre nada que decir, y enfila indignada hacia el comedor. Al llegar allí, lo olvida todo, Wanda persigue su dedo en bienvenida.
– Venga, ve a desayunar- Danielle aparece tras ella minutos después, y la mete prisa. Ella ya tiene que salir, pero Blanche tiene aún un rato para prepararse. Blanche echa de comer a los peces, y camina a saltitos hasta la cocina.
– Que tengas un buen día- se despide de Danielle.
– Pórtate bien.
Danielle sale por la puerta, deteniéndose unos segundos sobre la madera de la puerta ya cerrada.
« No quiero irme, ojalá pudiese quedarme», piensa.
Es uno de sus rituales, antes de continuar se prepara para el nuevo día. Aprieta el paraguas entre las manos, rezando para que no esté lloviendo. Sale al portal.
– No pudo ser.
La lluvia cae, insistente, inmutable. Danielle se encoge de hombros, abre el paraguas y echa a andar. Llega al metro minutos después, con la mano derecha —la mano que sujeta el paraguas—, insensibilizada. El frío es sustituido por un calor angustioso, el calor de la calefacción unido al calor desprendido por un grupo heterogéneo de personas, cada una de ellas con su propio destino, su propia historia que contar. Tarda unos minutos en llegar el metro al andén, y cuando lo hace sube cabizbaja, evitando las miradas de los ya muy agobiados pasajeros.
«Yo también necesito llegar», piensa, tratando de no empujar demasiado a nadie.
Alza la vista, comprobando si alguien la mira de manera ofendida. No. Una mujer lee, prácticamente abrazando el libro, algunas personas mueven la cabeza al son de la música que sale de su reproductor de música y que nadie más puede oír, otras bostezan tratando de evitar dormirse. Tanta gente junta. El agobio habitual de la hora punta.
Pero sí hay alguien que la mira. Un joven, que sonríe a medias, pensando.
« No puedo creerlo, es ella otra vez»
Pero ella no puede verlo, una mujer — precisemos, una grandísima mujer— se acaba de poner en medio, ocultándole de su vista.
Su parada llega, él mueve ligeramente la cabeza, y la ve marchar. Contrariado, se cruza de brazos. Ella ni siquiera se ha percatado de su existencia. ¿Pero qué está haciendo? ¿Por qué debería molestarle aquello?
Ella baja del metro, dando un pequeño salto y respirando, aliviada.
« ¡Dios mío!», piensa, « Unos minutos más, y habría muerto»
Sube las escaleras, tratando de no fatigarse demasiado, ni de golpear con su incontrolable bolso a las personas que habían decidido que las escaleras mecánicas subieran por ellos. ¿Qué? No es tan fácil conducir un bolso grande como el suyo.
– Es como subir del inframundo- refunfuña una joven a otra, haciendo una mueca de sueño.
Danielle sonríe, mirando el reloj. No llega tarde, pero eso no significa nada. El tiempo es un maldito tramposo, y cuando quieres darte cuenta le ha dado la vuelta a la situación.
Entra en el hospital, saludando a algunos conocidos que fuman en la entrada. No comparte aquel vicio, y tiene prisa por entrar. Vuelve a tener frío.
– Buenos días.
El guardia de seguridad ésta vez está despierto, y sonríe ampliamente.
– Está muy guapa hoy, señorita Baicry.
– Gracias.
Ella le devuelve la sonrisa, presurosa pero amable, aunque duda mucho aquellas palabras. Aquel día no era su día.
Sube las escaleras, va al vestuario, se cambia, llega a planta. Ésta vez, hasta llega cuarto de hora antes. Está orgullosa, aunque siga sin ser su día. Saluda, ¡Y algunas personas le contestan!
« Tal vez sí lo sea», se dice.
Nadine aparece a su lado, dando vueltas como una bailarina descontrolada.
– ¡Hola, Dani!
La besa en la mejilla, y sigue girando. Sin marearse en absoluto, sin perder el equilibrio ni un momento.
– ¿Te encuentras bien?- pregunta Danielle, enarcando una ceja.
– Soy feliz- afirma ella— simplemente eso.
Danielle la envidia levemente, porque Nadine no tiene la cara de hongo en conservas con la que se ha levantado ella. Nunca la tiene, en realidad. Nadine es muy morena, con un cabello liso y sedoso de color bronce cortado por debajo de las orejas, ojos avellana, grandes y expresivos, y unos labios traviesos y suaves que al sonreír forman una luna perfecta.
– ¿A qué se debe tanta felicidad?- Patrick cruza el pasillo, y entra en el control, sonriendo ampliamente. Nadine se frena, y en un segundo su rostro pasa por tres etapas distintas; sobresalto, vergüenza, y por último resignación.
– Supongo que es un buen día para estar contenta, ¿No?- dice, esperando que él quede convencido.
– Es verdad- los ojos de él miran sus manos, después vuelve a levantar la vista hacia ella— ¿Luego te llamo?
– Sí.
Ella espera no haber sonado demasiado impaciente. Danielle los observa, completamente segura de que se ha perdido algo. La mirada de ellos habla durante los segundos que permanecen callados.
– Genial- dice él. En realidad, le agradaba el entusiasmo con el que Nadine había contestado. Era exactamente lo que había deseado que ella dijera.
Se cuela en el baño, y Danielle mira a su amiga, inquisitiva.
– No me digas que…
– ¡Sí!- Nadine salta, emocionada.
Danielle frunce el ceño.
– Te odio profundamente.
– ¿Por qué?- pregunta Nadine, sus cejas alzándose, de nuevo sorprendidas.
– Por no habérmelo contado. Es… increíble.
Lo increíble no es que hubiese pasado —Estaba claro que sucedería tarde o temprano—, sino que Nadine hubiese sido capaz de ocultárselo.
– ¿No quieres saber los detalles?
Danielle se lo piensa durante unos instantes.
– No.
Se cruza de brazos, como una ofendida estatua de roca.
– Venga, anda. Fue ayer.
– Existen los teléfonos móviles.
– Era una sorpresa- miente Nadine. La verdad, había estado tantísimo tiempo flotando en las nubes que no había tenido tiempo suficiente como para asimilarlo. Mucho menos, para hacer partícipe de ello a otras personas.
Danielle se rinde. En realidad, se muere por saberlo.
– Vale.
– Cuando él salga del baño, te lo contaré todo- promete.
Mientras tanto se dan el parte. No hay muchas incidencias, el señor Castelnou se ha ido de alta, y ahora en su lugar Danielle lleva a una mujer joven con patología paranoide. Patrick sale del baño, y se marcha enviándole una última mirada a Nadine, que prácticamente se derrite en su silla.
– Cuidado, alguien va a resbalar con tanta baba- susurra Danielle. Antoinette se ha sentado a su lado, precisamente con la intención de escuchar la conversación de las jóvenes.
– Bueno Danielle, ¿Qué tal el día libre?
– Bien, gracias- responde ella, mirando desconcertada a aquella mujer, que no tiene como costumbre ser agradable con el resto de personal, a parte de sus adoradas compañeras.
Nadine mira a Danielle, es una mirada significativa que quiere decir.
« Parece que la historia tendrá que esperar»
Incluso se encoje ligeramente de hombros. Se levantan, dispuestas a empezar el día con buen pie. Sacan su medicación, lanzándose miraditas. Louane —la rancia más joven, que libró el lunes—, había ocupado el puesto espía de Antoinette. Sabían que ocurría algo, eran como perros olfateando a su débil y sangrante presa. Ellas no se iban a rendir tan fácilmente.
Danielle escapa con su batea, agarrando el tensiómetro manual, abandonado en lo más profundo de un armario, y un fonendo. No había sido lo suficientemente rápida como para conseguir el electrónico. Una pena.
Toma las tensiones, ligeramente aburrida. Normalmente incluso aquello la entretiene, pero no ésta vez. Entra en la última habitación, aquella que había pertenecido a Thibaut. De Ravine Dumarais, la nueva inquilina, tan sólo se ve el cabello rizado y oscuro desparramado por la almohada, el resto está oculto por una sábana.
– Buenos días.
Ravine no se despierta, pero se mueve ligeramente en la cama. Danielle acerca la mano a lo que debería ser el hombro de la mujer, y ella se sobresalta ante aquel contacto. Ravine levanta la cabeza alterada, aunque aún mantiene los ojos cerrados. Tarda unos segundos más en abrirlos.
– ¿Qué pasa?- pregunta, alarmada, apartándose lo más que puede de Danielle.
La joven sonríe ampliamente.
– Me llamo Danielle Baicry. Le voy a tomar la tensión, ¿Vale?
Ella le tiende el brazo, aún desconfiada. Su mano se estremece en el único segundo que la yema del dedo de Danielle roza su antebrazo al colocar el manguito. La mirada de Ravine se clava en Danielle mientras ella intenta concentrarse en inflar y escuchar la arteria. No es tan sencillo si alguien te taladra con la mirada.
– Ya está. Doce ocho, tiene una tensión estupenda- dice, ocultando su incomodidad tras una ligera sonrisa.
Pero Ravine no le devuelve la sonrisa, continúa mirándola fijamente.
– Hay algo en ti- dice. Sus pupilas, recubiertas por un halo de color azul, disminuyen de tamaño.
Danielle la dedica una última mirada de desconcierto antes de marcharse.
« En fin, que haya algo en mi no tiene por qué significar nada», se asegura.
Pero en realidad no está nada segura de aquello.
La segunda vez que tiene que entrar en aquella habitación, para dejarle en la mesilla las pastillas del desayuno, Ravine está en una esquina de la cama, completamente encogida. Danielle se aproxima rápidamente, preocupada.
– Ravine, ¿Se encuentra bien?
Ella alza la vista hacia Danielle, aún no se había percatado de su presencia.
Resopla sonoramente.
– La veo en ti- dice.
Danielle reprime la mueca de desconcierto que pugna por salir, y pregunta:
– ¿Qué es lo que ves?
Ya no continúa hablándola de usted, puesto que Ravine la tutea desde el principio. Sus dedos se remueven en el vasito donde lleva la medicación, buscando la pastilla que trata su locura.
– A ella. Te controla más de lo que tú piensas.
– ¿Quién?- aún no ha encontrado la pastilla, el nerviosismo la hace torpe, y su estómago se retuerce como una lombriz.
– Imaginé que no lo sabrías… ¡Ella está ahí!- grita, agitando la cabeza de delante a atrás, nerviosa.
Por fin la ha encontrado.
– Señora Dumarais, tómese las pastillas ya, por favor.
Danielle está asustada.
– Señorita- corrige Ravine, tranquilizándose ligeramente. Coge el vaso de la mano de Danielle sin rozarla, y la botella de agua de la mesilla. Parece tan cuerda y tan loca a la vez. Hay algo en sus ojos azules que inquieta profundamente a Danielle, aparte de sus palabras— Ya está. ¿Te importaría marcharte ahora? Necesito estar sola.
– No, no- asegura Danielle, que desea más que nada salir de la habitación. Y sin embargo, nadie la había echado así de su habitación. Se apoya en la puerta, con el corazón latiendo rápido.
« ¿Qué ha querido decir con “ella”? ¿Quién es ella?», se pregunta la joven sin poder evitarlo, a pesar de que… Qué tonterías está diciendo, simplemente está paranoica, ¿No?
Cuando pasa el médico, Danielle le pide que mire a Ravine. No ha vuelto a entrar a la habitación desde la última vez. Pero el médico sale, y se encoge de hombros.
– Está estupendamente, ¿Por qué querías que la viera?
– Me gritó, y me decía cosas extrañas- se siente estúpida, tal vez Ravine únicamente se había estado burlando de ella— déjelo, doctor.
Se da la vuelta, mientras sus mejillas adquirían un tono rosado.
– ¿Danielle? Espera un momento…
La joven se vuelve a girar, respirando hondo.
« ¿Por qué todo el mundo al que hablo de usted me tutea?»
– Dime.
– He cambiado los tratamientos de algunos de tus pacientes, revísalos, ¿Vale?
Ella asiente con la cabeza. Se queda varios segundos parada, tal vez el doctor Lesage tenga algo más que decir.
– Eso es todo- dice, adivinando la mirada de Danielle.
Danielle se cuela en la habitación de Ravine, como excusa para perder de vista a Donatien Lesage.
Ravine la mira desde el sillón, con una ligera mueca dibujada en su rostro. No es una sonrisa, es una mueca.
Danielle tarda unos segundos en saber qué decir.
– Ahora vendré a curarte, ¿Vale?
Ravine asiente, y después ladea la cabeza, sus ojos brillando levemente.
– ¿¡Por qué no sales, maldita hija de puta!?- grita de repente.
Danielle pega un salto.
– Lo…Lo siento- balbucea, y se escapa por la puerta.
« ¿ Que está estupendamente? ¡Ja!», piensa Danielle, estremecida.
Prepara la batea para curarla con dedos temblorosos, no hay nadie en el control a parte de un par de auxiliares de enfermería, con las que no habla a menudo. No hay nadie a quien contárselo. Se queda frente a la puerta, dudando si entrar o no. Tiene miedo de que un tenedor salga volando desde el interior y se le clave en un ojo.
La voz de Ravine suena desde el interior, como si supiera fehacientemente que Danielle está ahí, y lo que está pensando.
– Entra. No voy a hacerte daño.
Y Danielle, obedece.
« Echo de menos al señor Castelnou», piensa.
Ravine continúa sentada en el sillón, y vuelve a mostrar en su rostro aquella mueca-sonrisa. Es desconcertante.
– Siento haberte asustado antes. No hablaba contigo, hablaba con ella- dice con voz moderada.
Danielle no puede decir otra cosa que:
– Ah.
Ravine continúa hablando, como si Danielle no hubiese dicho nada. En realidad, la diferencia entre eso y nada, es ínfima.
– Me pone tan nerviosa que ella esté en ti. De veras, lo siento, pero es tan patente.
Incluso parece aparecer tras sus ojos un ligero pesar.
– ¿Quién es ella?- susurra Danielle, atreviéndose a preguntar. Temerosa de que Ravine volviese a gritar.
– No sé quien es- dice, encogiéndose de hombros— sólo sé que está ahí.
Un escalofrío recorre la columna vertebral de Danielle, que observa desconcertada a Ravine.
« Déjalo ya. Está loca. Está loca y punto»
– Bueno, Ravine, voy a curarte, ¿Quieres?
Ella asiente, subiéndose la pernera del pantalón. La pierna está cubierta completamente de apósitos. Danielle los levanta cuidadosamente, dejando al aire una gran cantidad de arañazos profundos, y quemaduras, probablemente de cigarro.
– ¿Cómo se ha hecho esto?- pregunta.
– Fui yo- sonríe ampliamente, mostrando hasta la segunda fila de muelas. Danielle la observa, estremecida. Pero no necesita decir nada, Ravine continúa hablando— Ella creía que podía hacer lo que viniese en gana. Pero no. Yo no iba a permitírselo.
« ¿Otra vez ella?», se pregunta Danielle, incapaz de no escuchar a pesar de que ya se había dicho que no debía hacerlo.
Ravine gira la vista hacia Danielle, como si se percatase por primera vez que ella está ahí.
– Tal vez esté hablando demasiado. Cúrame, y después márchate.
Danielle cura cuidadosamente las heridas, deteniéndose varias veces a observar a aquella mujer, cuya faz era ahora una máscara de silencio.
– Algunos de éstos arañazos tienen mala pinta. Puede que estén infectados- agarra el termómetro, y se lo tiende— Póntelo.
Ha notado cómo se estremece la mujer cada vez que su piel contacta con ella, y no quiere que vuelva a gritarla. Aún tiene la sensación de que puede atacarla en cualquier momento.
– Tienes unas décimas- dice, agitando el termómetro, de ésos viejos de mercurio. Los de toda la vida— ¿Me puedes hacer un favor?
No está segura de que Ravine vaya a obedecerla.
– No creo que haya nada que pueda hacer para ayudarte. No mientras ella esté ahí.
Y dale con «ella».
– Sólo no te toques las heridas mientras salgo. ¿Podrás hacerlo?
Ravine frunce el ceño.
– ¿Por quién me tomas? No tocaré las heridas, lo juro.
Aún así, Danielle se da mucha prisa. Cuando vuelve, Ravine está con las manos apoyadas en los reposabrazos, y con los ojos cerrados. De esa manera, parece hasta normal.
– Voy a tomar una muestra de esta herida- explica Danielle. Después de eso la cura y cubre todo— Ya está.
Ravine no ha dicho nada más en todo el rato, ni siquiera ha abierto los ojos. Pero antes de que Danielle se marche, dice:
– Tarde o temprano tendrá un error, y entonces me entenderás. Entonces lo sabrás.
Danielle cierra la puerta, pero aún oye cómo Ravine grita:
– ¡No estoy loca! ¡Maldita sea, no lo estoy!
Y Danielle susurra:
– Lo estás, vaya si lo estás.