lunes, 1 de marzo de 2010

IV

IV
En otra parte de la ciudad, Edmund estudia su libro, sentado en una mesa alejada de su club de fans. Ya ha acabado su jornada, pero se ha quedado un rato más en la biblioteca para darle un repaso al libro.
« Espero que Colin haya llegado ya a casa», piensa, mientras su estómago gruñe sonoramente.
Colin es el compañero de piso de Edmund. Hace poco que han hecho un trato: «El primero que llegue hace la comida». Y Colin siempre se las arregla para llegar el último.
«Bueno, ya está bien por hoy», se dice, levantándose de la silla. Las chicas se percatan de aquel movimiento, y empujan a Lilly a levantarse, la joven forcejeando para mantenerse sentada. Allí va la segunda parte de su ideado plan de seducción.
– Gabrielle, no puedo hacerlo- jadea Lilly, sus rodillas temblequean espasmódicamente.
– Anda tonta- responde la cabecilla del grupo, Gabrielle— es una tarea muy fácil.
– Se os escapa- susurra Clervie, señalando con la cabeza a Edmund, que ha atravesado ya la mitad de la biblioteca.
– Adelante, Lil. No nos avergüences.
Lilly camina indecisa tras de él, mirando un par de veces atrás, donde sus amigas le esperaban ansiosas.
– Eh, perdona…
Edmund no la oye, sigue caminando hacia la salida.
– ¡Oye!- corre tras él, y Edmund se gira sorprendido. ¿Quién grita así en medio de una biblioteca? Muchas cabezas se habían levantado hacia ellos. Cabezas con miradas desconcertadas, miradas acusadoras, miradas divertidas.
– ¿Me llamas a mí?- susurra él, buscando aún a otra persona a la que pudiese pertenecer aquel grito.
– Sí- jadea Lilly, ocultando sus manos temblorosas tras la espalda.
– Bueno… ¿Y qué es lo que pasa?
– Quería preguntarte una cosa, Ed- dice, mirando fijamente la tarjeta identificativa que lleva colocada en el borde superior izquierdo de su camisa.
– Edmund- corrige él, frunciendo ligeramente el ceño.
– Edmund- repite ella.
– ¿De qué se trata?- apremia él.
El señor Lamboige, que es como un sabueso, ha escuchado el grito de la joven y baja las escaleras hacía aquel piso, con la misma energía con la que desenterraría el perro un hueso.
– Ya sé que sé que ahora no estás trabajando, pero… ¿Podrías decirme dónde está la novela policiaca?
– Está en el tercer pasillo- dice Edmund, encogiéndose de hombros- Si tienes alguna duda más, puedes preguntarle a mi compañero.
Señala con la cabeza al muchacho que está ahora detrás del escritorio.
– Vale, gracias- responde ella, riendo nerviosamente.
– De nada- dice él, girándose de nuevo para marcharse.
– Hasta mañana, Edmund.
Ella sonríe lo mejor que sabe hacerlo, pero no obtiene demasiado a cambio.
– Adiós- dice él, mirando un segundo atrás.
En cuanto desaparece por la puerta, Lilly camina eufórica hasta sus compañeras.
– ¿Qué te ha dicho?- pregunta Monique.
– Eso no importa- dice Gabrielle, sonriendo agudamente— ¿Cómo se llama?
– Edmund- responde Lilly, mordisqueando sus uñas de nuevo.
– Ed, es un nombre bonito- dice Clervie, encogiendo los hombros.
– Edmund- repite Lilly- no le gusta que le llamen Ed.
Se miran, y repiten todas a la vez.
– ¡Edmund!
Después, se echan a reír.

Por otro lado, Edmund se cruza en las escaleras con el señor Lamboige, que le saluda preguntando:
– ¿Ha visto quién ha gritado?
Está seguro de que ha llegado tarde para averiguarlo. Incluso con sus capacidad para detectar culpables.
– No, señor- miente Edmund.
– Está bien, hasta mañana señorito Fontaine.
– Hasta mañana- responde él, bajando las escaleras a toda prisa.
Ya en el portal, recibe una llamada.
– ¿Sí?
– ¡Hola!
– Hola, Colin- ¿Llegaste ya a casa?
Espera que conteste que sí. Que hay una deliciosa comida esperándole en casa.
– No. Te llamaba por eso. Me voy a quedar a comer con una amiguita, ¿Vale?
– Vale- responde Edmund. Su deseo se ha ido al traste, llegaría a casa no habría comida preparada en la mesa.
– Genial. Nos vemos para la cena.
– Adiós- responde él, y después cuelga.
Tiene tanta hambre que no puede esperar, al pasar al lado de una panadería se compra un bocadillo. No es una cosa del otro mundo, pero es comida. También llueve, pero no le importa. Le gusta la lluvia.

Entra en casa, Étoile le saluda con un maullido.
– Sí, lo sé- dice mientras le echa comida en su plato azul marino.
La gata se abalanza sobre su comida, ignorando momentáneamente a su dueño.
– ¿Tú también?
Se desviste de camino hacia el baño, dónde se lava los dientes cuidadosamente.
Enciende la radio, y tararea una canción con la boca llena de espuma. Sonríe, su sonrisa era apenas un movimiento de las comisuras de sus labios hacia arriba. Pero sus ojos también sonríen.
Va al comedor, y Étoile se le une por el camino. Maúlla suavemente, y él chista.
– Ahora tienes que dejarme dormir, estoy agotado.
La gata no comprende nada de lo que el muchacho está diciendo, pero se calla.
Se tumba en el sofá, y bosteza. Tarda unos minutos en darse cuenta de la luz roja que parpadea en el teléfono. Tiene un mensaje.
Se estira, tocando el dispositivo con las puntas de los dedos.
– Venga, un poquito más- se dice. No tiene ninguna intención de levantarse, a no ser que no consiga alcanzarlo. Pero sólo, y únicamente en ese caso.
– Ya está- lo sostiene entre sus manos, y Étoile maúlla como respuesta.
Le da al botón, y la voz de una mujer resuena por el salón.
“Hola, Edmund. Soy Marine. Lo he estado pensando mucho, y creo que me equivoqué. ¿Podríamos vernos? Llámame, un beso”.
Edmund vuelve a darle a la tecla, entre desconcertado y sorprendido. La voz de ella vuelve a sonar, y cuando el mensaje se acaba, él lo borra sin pensar más.
– Te llamaré más tarde- dice, colocando el teléfono en su sitio.
Marine es la novia de Edmund. Bueno, lo había sido hasta hace dos días, cuando le dejó sin dar más explicaciones que “Necesito tiempo para pensar”. Hacía tiempo que la cosa no funcionaba del todo bien, pero el joven se merecía al menos una explicación. Unas palabras. Algo más que un mensaje diciendo: « Necesito tiempo para pensar. No me llames» Y ahora volvía, así, sin más.
« No lo entiendo», se dice Edmund. Pero el sueño le vence instantes después, impidiéndole que pueda preguntarse la cuestión más importante. ¿Qué le había hecho volver?