domingo, 28 de febrero de 2010

III

III

Las dos y media. Ya queda poco para que Danielle haya acabado el turno, y está escribiendo en el ordenador. El día no ha estado mal del todo.
Suena el teléfono del control. Danielle pega un salto en el asiento, sobresaltada. Se levanta para responder, pero una de las rancias se le adelanta por unos segundos, y lo descuelga.
– ¿Psiquiatría?- pregunta con pronunciada voz nasal, mientras Danielle aún tiene el brazo estirado en dirección al teléfono. Comienza a bajarlo en el mismo momento en el que la enfermera arruga la nariz como si algo oliera mal, para decir después— Danielle, es para ti.
Ella lo recoge, extrañada.
– Danielle Baicry al teléfono- dice, mientras estudiaba a Antoinette —así se llama la rancia— que parece dispuesta a permanecer allí, a la escucha.
–Dani, soy yo.
Ella reprime una exclamación, saltándose una respiración, y después pregunta:
– ¿Qué quieres?
La presencia de Antoinette le intimida. Al otro lado, una voz aniñada refunfuña.
– ¿Por qué eres tan huraña conmigo?
Danielle sonríe divertida, aunque no está dispuesta a ceder. Se suponía que no debe llamarla en horario de trabajo a no ser que fuera una urgencia.
– ¿Por qué me llamas? Estoy trabajando.
– ¡Jo! Quería asegurarme de que recordabas que habíamos hecho un trato- responde la voz.
– No se me ha olvidado- asegura Danielle, enarcando las cejas. A su vez piensa:
« Ésta mujer se creerá que no me resulta incómodo hablar con ella aquí»
Se refiere a Antoniette, por supuesto.
– Ya entiendo, hay alguna rancia cerca.
Danielle, sorprendida, tapa la boca del teléfono unos instantes, y observa a la enfermera, que finge estar más a sus uñas que a la conversación. Todo mentira. Pero no ha sido capaz de oír lo que dicen al otro lado de la línea.
– Sí- responde Danielle, después de asegurarse de que no ha habido ningún cambio en la expresión de Antoinette, ya de por sí indiferente.
La voz ríe, risueña.
– Estupendo. Recuerda que quiero guppys.
– Sí- responde Danielle, pero la línea ya estaba comunicando. Como siempre. Agita la cabeza de un lado a otro pensando:
« Nunca cambiará»
Después cuelga el teléfono.
– ¿Quién era?- pregunta Antoinette, apoyando la mano en el teléfono colgado. En realidad, únicamente se interesa porque está maquinando cómo convertir aquello en la mejor crítica posible.
– Era mi hermana- contesta Danielle. No tenía ni pizca de ganas de entablar una conversación con Antoinette. Nadine pasa justo por delante, con una de sus tres bateas, y Danielle ve la luz.
-Oye Nadine, ¿Necesitas que te haga algo?
En realidad sólo quiere ser salvada.
Nadine las observa, pasando la mirada de una a otra, y después responde.
– Hombre, si no te importa quitarme unos aerosoles en la habitación 15-16.
Danielle le dedica una mirada agradecida, y dice:
– Ahora mismo voy.
Se escapa, la rancia se queda con la palabra en la boca. Sorprendida de cómo la muchacha ha logrado escaparse de su tercer grado, tan sutilmente.
Danielle entra en la 15-16, y saluda a los pacientes, sonriendo ampliamente.
Ninguno de ellos lleva puestos los aerosoles, Nadine sólo le ha proporcionado una excusa para desaparecer.
– ¿Qué tal se encuentran?- pregunta, ladeando la cabeza.
Los dos viejecitos la observan fijamente, pero ninguno de ellos contesta. Danielle arruga los labios, preguntándose por qué. Más tarde, descubre que uno de ellos es sordomudo, y al otro le daba vergüenza hablar por qué no llevaba puesta la dentadura.
Sale de la habitación silenciosa cuando considera que ha pasado un tiempo prudencial.
– Podías haber elegido una habitación con pacientes más conversadores ¿No?- susurra a su amiga, procurando que las rancias no lo escuchen.
Nadine apreta los labios.
– Ingrata. Ellos eran los únicos que tenían aerosoles.
– ¿Y qué…?
«…Importa eso», iba a decir, pero la joven no le deja continuar.
¿Es que su amiga no conocía a las rancias? Nadine niega con la cabeza a la vez que dice:
– Parece mentira que tenga que explicártelo. Lo primero que ha hecho cuando te has ido es mirar disimuladamente la prescripción médica de los dos pacientes.
Danielle aún se sorprendía con aquellas cosas.
– ¿De veras?
Nadine asiente mientras dice:
– Como seas tan inocente para todo, hija mía… Te las van a meter dobladas.
Y tanto. Antoinette aparece por detrás, y pregunta:
– ¿Y qué quería tu hermanita?
« Pero a ti qué te importa», piensa Danielle, disgustada porque sólo ha logrado librarse temporalmente de ella.
– Tenía problemas con una cosa- miente la joven, esperando que la rancia no vuelva a preguntar.
¡Pobre ilusa!
– ¿Con qué?
Nadine sale en su defensa.
– Antoinette, creo que te llaman en el control.
Las dos saben que aquel interés repentino por Blanche, la hermana de Danielle, no significaba nada bueno.
La enfermera vuelve la vista hacia la joven, pensando:
« Esta vez no podrás evitar que siga preguntando»
– Yo no he oído nada- dice Antoinette, arqueando las cejas notablemente.
Pero tuvieron suerte… La voz de la otra rancia, Claudie, suena justo en ese momento.
– ¿Antoinette?- la llama.
– Voy- dice la aludida, y piensa furiosa:
« Se ha vuelto a librar»
Se aleja y Danielle suspira profundamente.
– Gracias de nuevo- murmura, distraída. Todavía esperaba verla aparecer en cualquier momento con alguna pregunta más. Pero por suerte, eso no sucedió.
Aún así, Danielle no quiere arriesgarse, así que sale por patas después de dar el parte al turno de tarde.
– Eh, eh, eh. ¡¿Quieres decelerar un poco?!- dice Nadine, corriendo tras ella. A ella le trae al fresco que correr en el hospital esté mal visto.
Danielle se detiene durante unos segundos, el tiempo que tarda Nadine en alcanzarla.
– Sabes que mañana volverá a la carga, ¿Verdad?
Nadine es única dando ánimos, sin duda.
– ¡Mañana libro!
Danielle sonríe ampliamente, Nadine hace una mueca.
– Me abandonas… ¿Y te alegras por ello?
La joven finge pensárselo unos instantes.
– Creo… Creo que sí. Absolutamente sí.
Sonríe, y la golpea con el hombro suavemente.
– Tú vienes de librar el fin de semana. Yo también necesito descansar.
Pero Nadine refunfuña, poco convencida.
– Está bien. Pero démonos prisa, ¡Me muero de hambre!
Así es Nadine. Puede decirte que vayas despacio, y al momento siguiente meterte prisa.
– Buena suerte mañana- dice Danielle después de entrar en los pantalones de un salto y ponerse rápidamente la camiseta— ¡Te veo el miércoles!

Sube al metro, mirando a ambos lados. Ella no lo sabe, pero busca a Edmund con la mirada. No está. Baja en “Porte de Choisy”, y camina despacio hacia el centro comercial “Masséna 13”. No llueve, no tiene prisa.
Una vez allí, pasea hasta encontrar la tienda que estaba buscando; «Aquapoint».
– Buenas tardes- saluda el empleado, con cierto deje de cansancio acumulado. Está harto de trabajar entre peces, pero mejor aquello que estar en el paro.
Danielle responde al saludo, y se acerca a las peceras. Divisa a los guppys al primer vistazo, y después sonríe.
– Disculpe, ¿Puede ayudarme?
El vendedor levanta la cabeza de su revista de peces, adormilado.
-Sí, un segundo.
Tarda algo más que un segundo, pero como ya había dicho anteriormente, Danielle no tiene prisa.
– Bien, usted dirá.
– Vale. Primero quiero, ese guppy rojo de allí- señala en el acuario, a un pez que colea rápido de un lado a otro, derramando energía vital en cada movimiento— Y de macho… Ese- señala un ejemplar de cola larga y azul. Los machos de los guppys deben estar separados los unos de los otros, pues de lo contrario se pelearían hasta la muerte.
El empleado tarda unos instantes en lograr atrapar al guppy rojizo, que no parece dispuesto a rendirse tan fácilmente.
– ¿Algo más?- pregunta, cuando ya tiene a ambos separados en bolsas individuales.
– Sí- responde ella, mirando el resto de acuarios— Bien, quiero un par de platys también. A ver… Ese negro de allí, y ese naranja- los señala mientras el tendero intentaba atraparlos con la red.
– Genial- dijo cuando los tuvo embolsados junto a los otros— Y unos neones.
Aquellos pececillos, que destellan con colores azules en su movimiento, son muy graciosos. Está segura de que a Blanche le encantarán.
– ¿Algo más?
– Eso es todo- responde Danielle, sosteniendo en sus brazos las bolsitas con los peces.
El vendedor la cobra, y le da una bolsa para que guarde sus nuevas adquisiciones. Danielle lo agradece, y después se marcha rápidamente. Ahora sí tiene prisa. Llevar a los peces en bolsas de plástico le angustia, imagina cómo se sentiría ella de estar en su situación. Y no es una sensación agradable.
« Venga, venga, venga», refunfuña el tiempo que tardó el metro en llegar, y el camino a casa lo hace casi corriendo. Aunque su carrera también tiene que ver con que ahora si llueve, y ella se ha dejado el paraguas en la taquilla. ¿He dicho llueve? No. Definitivamente, diluvia. Llega a casa más mojada que sus peces.