lunes, 22 de febrero de 2010

Prefacio

Ella entra en el vagón.
Tan sólo tarda unos instantes en verle, y sonríe como sí su día acabase de iluminarse. Él también la ha visto y oculta una sonrisa atrapando su labio inferior con los dientes. Se acercan, ahora ajenos a la existencia de otras personas, incapaces de ver otra cosa que no sean ellos mismos. Se miran, ninguno estaba dispuesto a decir nada. No había nada que decir.
Ella alza la mano y acaricia la mejilla del muchacho, él sostiene la barbilla de ella entre sus dedos. El metro ha desaparecido, el mundo en sí era una falacia. Se besan. Es un beso dulce, efímero como el tiempo. Como aquel que sabe que desaparecerá y ya no quedará nada.
Sus labios se separan, y ahora es él quien sonríe. No es tan fácil ocultar la felicidad cuando se ha encontrado.
Pero no es tan sencillo. Se alejan. Ella regresa a la puerta por la que ha entrado, él se vuelve a apoyar en la pared.

Él ve entrar a una joven por la puerta, justo en la parada de Tolbiac. La mira detenidamente, y se pregunta:
« ¿Dónde la habré visto antes?»
Ella le dedica su primera mirada, y piensa:
« ¿Cómo se puede ser tan guapo?»
Sus miradas se cruzan durante unos segundos. Después apartan la mirada, avergonzados. Es de mala educación mirar fijamente a los desconocidos. Ninguno de los dos recuerda nada.

Ella es Danielle Baicry, enfermera en el área de psiquiatría del hospital “la collégiale”, en “rue du Fer à Moulin”. Tiene veintitrés años. Su cabello es castaño, rizado y largo, recogido en la nuca con una coleta. Sus ojos son verdes. Su piel es dorada, y un hoyuelo se dibuja en sus mejillas al sonreír.
Es alegre, divertida, y transparente.

Él es Edmund Fontaine, estudiante de último curso de física. Trabaja en la biblioteca municipal de París, en el número 74 de “rue mouffetard”. Tiene veinticinco años. Sus ojos tan grises como el hielo, y su cabello corto y moreno.
Es callado, formal, y desconcertante.

Sólo tienen una cosa en común… El pasado.