domingo, 7 de marzo de 2010

II

II
Danielle corre hacia casa, cantando las canciones de su mp3 sin que un sonido llegue a salir de su boca. Ya lleva al menos una hora, y el cansancio comienza a hacer estragos en ella en forma de sudor, agotamiento y cierto abatimiento. Siempre se siente un poco más triste después de hacer ejercicio, aunque nunca se ha preguntado por qué.
Ya está frente a su edificio. Por fin. Aquel día la carrera se le ha hecho más larga que de costumbre. Rebusca en su bolsillo las llaves de casa, pero sus dedos chocan con algo suave, ligeramente húmedo, desconocido. Lo saca con curiosidad, y una flor amarilla con manchas negras en el inicio de sus pétalos aparece ante su vista.
« ¿Y esto?», se pregunta, sorprendida. Su corazón late una vez, con un golpe sordo.
Es una flor bonita, y misteriosamente no se ha estropeado en absoluto durante el tiempo que ha estado en el bolsillo. La contempla unos segundos más antes de continuar buscando las llaves. Sin saber por qué siente una tierna calidez en el estómago.
– Ya estoy aquí, Blanche.
La voz de su hermanita se escucha al otro lado de la casa, en su habitación.
– ¡Vale!
Se asoma, Blanche oculta rápidamente lo que tenía sobre la mesa, fastidiada.
– ¿Qué hacías? ¿Has hecho ya los deberes?
Ella asiente, añadiendo:
– Ya los acabé. Vete, estoy escribiendo en mi diario.
Danielle ríe, y deja a su hermana a solas, cerrando la puerta para darle mayor intimidad. Blanche no lo sabe, pero Danielle no puede evitar leer de vez en cuando aquel cuaderno de princesas Disney que utiliza como diario. Es como conocer la existencia de los unicornios y no desear ver uno. Son sucesos incompatibles.
Guarda el pensamiento entre las hojas de un libro cualquiera y se va a la ducha, aún preguntándose cómo ha llegado aquella flor hasta su bolsillo. Debe preguntarle más tarde a su hermana si ha sido ella, pero probablemente no se acordará.
– Dani, tengo hambre- dice Blanche detrás de la puerta del baño, golpeándola varias veces con los nudillos a la vez que habla.
– Ve poniendo la mesa. Ya veremos que hacemos de cenar cuando salga.
Blanche corretea hacia la cocina, pero finalmente se detiene en el comedor. Quiere jugar con Wanda, así había llamado al neón que sigue su dedo con movimientos rápidos y precisos.
– ¡Blanche! ¿Pero todavía no has puesto la mesa?- exclama Danielle, que sale de la ducha con una toalla enrollada a la cabeza y un albornoz de color albaricoque cubriendo su piel ligeramente bronceada.
– Es que…- se excusa Blanche, mostrando la mejor cara de niña buena que tiene en su repertorio. Había sido su intención poner la mesa, pero…
Pero suena el timbre justo en aquel momento, impidiendo saber si Danielle se ha ablandado o no.
– Voy yo, voy yo- dice Blanche, pegando saltitos hacia la cocina, donde está el interfono.
Pulsa el botón.
– ¿La contraseña?- pregunta, tapándose la nariz, de forma que el sonido que sale de su boca es completamente nasal.
– Pico de plátano tiene miedo- dice la voz al otro lado del interfono, y Blanche se echa a reír, feliz. Pulsa el botón sin más demora, y después grita:
– ¡Es Jacques!
Jacques es el mejor amigo de Danielle, y el amor platónico de Blanche.
El timbre vuelve a sonar minutos después, ésta vez en el piso, y Blanche abre diligentemente.
– ¡Jacques!- exclama, mientras sus ojos oscuros brillan alegres.
– Hola, blanquita. He traído la cena.
Muestra las dos cajas de pizza que lleva en brazos, y le guiña un ojo.
– ¡Genial!
Tira de él hacia la cocina, donde prácticamente le obliga a dejar las pizzas. Danielle está allí poniendo la mesa, y saluda sonriente a Jacques.
– ¡Hola!- responde él, intentando acercarse a darla un beso, pero Blanche vuelve a tirar de él.
– ¡Dejad los saludos para más tarde! ¡Jacques, tienes que ver mis peces nuevos!
Le insta a caminar hasta el comedor, y le señala emocionada.
–Rouge es esa roja de allí, el azul se llama Beau, Brun es el platy negro, Cleo el naranja, y los neones se llaman Wanda, Bleuraie un, y bleuraie deux.
– ¿Por qué le has puesto a dos peces el mismo nombre?- pregunta Jacques, intentando grabar en su memoria los nombres. Imposible, son demasiados, y él tiene muy mala memoria.
– Es que no consigo distinguirlos.
– ¿Y entonces…?- la pregunta del joven habría sido « ¿Y entonces como distingues a Wanda de los otros dos?», pero Blanche le interrumpe, señalando con el dedo hacia el acuario.
Los peces nadan tranquilos, acostumbrados ya al nuevo acuario. Pero en cuanto Blanche acerca el dedo al cristal, uno de los neones nada rápidamente hacia él, como si de un imán se tratase.
– Ésta es Wanda…
Jacques ríe, divertido.
– Ese pez es mi ídolo.
Y Blanche suspira.
– ¿Quieres intentarlo tú?
Ella aparta el dedo, y observa con atención como Jacques la imita, sonriendo.
¿Cómo se puede ser tan estupendo? Blanche está loquita por él.
– ¿Chicos? No es por nada, pero la pizza se está enfriando. ¿Se puede saber qué estáis haciendo?- resuena la voz de Danielle desde la cocina, y Blanche arruga el ceño.
« Jolines, siempre interrumpiendo», piensa.
– Anda, vamos Blanquita, que tu pez no me hace ni caso- dice el chico, echando a andar.
Wanda ni se ha inmutado ante el movimiento de la yema del dedo de Jacques. Y Blanche sonríe, complacida ante la idea de que precisamente fuera su dedo al que sigue el neón. Le hace sentirse especial.
Jacques besa ligeramente la mejilla de Danielle, que sonríe.
– Otro- pide, poniendo el otro lado y sonriendo afablemente— si no la mejilla izquierda tendrá envidia.
No sólo la mejilla izquierda, Blanche a veces también siente envidia del cariño con el que Jacques trata a su hermana mayor. Es una envidia sana, desaparece en cuanto Jacques le dedica uno de sus atentos cuidados.

– ¿Sabes, Blanquita?- le encantaba que la llamase así, y lo hacía porque Blanche no tenía la piel dorada como su hermana, era mucho más pálida. Además del obvio juego de palabras— He elegido la pizza que te gusta; jamón, aceitunas, pollo y extra de queso.
– ¡Te has acordado de todos, qué bien, Jacques!
– ¿A qué se debe esto? ¿Estamos celebrando algo?- pregunta Danielle, mientras coge un cuchillo para remarcar las líneas de las porciones, que nunca llegan a estar cortadas del todo.
– ¡Sí, mis peces!- dice Blanche, totalmente convencida de que así es.
Jacques se encoge de hombros. Si había otro motivo, dejó que por el momento Blanche se saliese con la suya.