domingo, 7 de marzo de 2010

Capítulo 2. Él

Despierta de un salto, encontrando a Étoile acomodada a sus pies, ronroneando silentemente. No ha sido consciente de que Morfeo le había secuestrado a su mundo, y sin embargo lleva un buen rato dormido. También es comprensible después de la noche que ha pasado.
– Eh, eh, baja de aquí, no querrás que luego te castigue Colin, ¿No?
Étoile levanta la cabeza, y maúlla suavemente. La gata sabe de sobra que su dueño es muy fácil de convencer, o al menos lo es para ella.
– Bueno, pero que él no se entere- sonríe a medias, acariciándola entre las dos orejas. La felina le observa mientras él se pone en pie, y se estira. Mira el reloj, eran las seis y veintitrés.
« Bueno, allá vamos», piensa, agarrando el teléfono.
Marca un número, sin necesidad de pararse mucho a pensar. Se lo sabe de memoria, lo ha marcado muchas, muchísimas veces anteriormente.
– ¿Diga?- responde una aguda voz femenina al otro lado.
– Soy Edmund.
– Edmund…- susurra Marine, como si no hubiese sabido desde el primer momento que era él. Ahora que le tiene al teléfono no sabe cómo comenzar a hablar.
– ¿De qué tenemos que hablar, Marine?- pregunta él. Su voz suena fría, distante. Tampoco puede evitarlo. Ella se da cuenta, lo que complica aún más su dificultad de expresar las palabras que quiere… Que tiene que decir.
– ¿Puedes quedar? No me gusta hablar estas cosas por teléfono.
El retuerce el cable del teléfono entre sus dedos antes de contestar, de decidir qué hacer.
¿Qué no le gusta hablar aquellas cosas por teléfono? La última noticia que había tenido sobre ella había sido un mensaje, un mensaje que le informaba de que todo se había acabado.
– Sí, claro.
– ¿Dentro de una hora, en el parque de al lado de mi casa?
– Vale- responde él, repentinamente nervioso.
– Hasta luego, entonces.
Marine cuelga, y Edmund continúa aún con el auricular en la mano durante unos instantes.
¿Qué le iba a decir? ¿Quería ella que todo volviera a ser como antes? ¿O era la confirmación de que ya no había nada entre ellos? Pero entonces, ¿Qué quería decir con «Creo que me he equivocado»? ¿Equivocado con qué?
Edmund observa a Étoile, que le devuelve la mirada con aquellos ojos inteligentes, felinos. Es como si le dijera:
« Soy consciente de lo que acabas de hacer»
Pero Edmund está cansado de darle vueltas. Se va al baño, se lava la cara para despejarse, y después se viste, con pulcritud.
Sale pronto, pues no le gusta ir con prisa a los sitios. Aunque sin saber cómo, siempre acaba corriendo. Saliese lo temprano que saliese.

Recorre las calles, aún húmedas por la lluvia reciente. En aquel momento sólo chispea. Edmund se cala la capucha, ignorando las gotas que empapan el resto de su vestimenta. La lluvia le hace sentir vivo.
Está ya cerca del parque cuando se detiene junto a un árbol. Da dos pasos hacia detrás, como si hubiese decidido hacer algo a última hora. Tal vez sí, tal vez no. Entra en la floristería que acababa de dejar atrás. Un revoltijo de aromas mezclados inunda sus fosas nasales, y un colgante colocado tras la puerta repiquetea al entrar.
– Bonjour- saluda la dueña de la floristería, sonriendo amablemente.
Edmund la devuelve el saludo con un asentimiento de cabeza, amable, como siempre.
– ¿Puedo ayudarle en algo?
Edmund asiente, y después señala unas flores en concreto.
– ¿Pensamientos? ¿Es eso lo que quieres?
Él asiente de nuevo.
– ¿Quieres una maceta?
El niega con la cabeza. Hace señas, explicándole que únicamente quería una flor, y señala exactamente la flor que ha elegido.
La mujer frunce el ceño. Se pregunta si aquel hombre es mudo o si le está tomando el pelo. Nunca antes le habían pedido una única flor, a no ser que fuera una rosa, un clavel, o una de las flores comunes. No se le ocurría ni como cobrarle.
– Puedes llevártela, te la regalo- decide al fin, tendiéndole la flor que él mismo había escogido.
Él medio sonríe, dejando un billete de cinco euros sobre la mesa.
La dueña va a rehusar aceptarlo, pero él ya se ha dado la vuelta, y sale de la tienda.
– Qué hombre más extraño- murmura la mujer, guardando los cinco euros en la lata que guardaba bajo la mesa que hacía las veces de mostrador.
Edmund regresa a la calle, dónde mira de un lado a otro, como si buscara a alguien. Pero no hay nadie conocido, tan sólo personas que caminan con sus paraguas, ajenos a todo el mundo que les rodea.
Se dirige hacia el parque, sentándose en un banco justo antes de entrar. Espera, ocultando el pensamiento en su bolsillo con cuidado. Es una flor delicada, y no quiere que se estropee.
Al fin llega ella. La joven de cabello castaño y ojos verdes como la hierba sonríe alegremente. Está tan contenta de verle.
Él la abraza, y ella suspira como si llevase todo el día esperando aquel encuentro. Como si no hubiese tenido suficiente con aquel fugaz beso en el metro, aquella misma mañana.
Él saca del bolsillo la flor, y la coloca en el bolsillo de la joven, sin que ella sea consciente. Ella sonríe aún envuelta entre sus brazos, mientras él respira profundamente su olor, un perfume ligeramente dulce, pero para nada empalagoso; el olor a felicidad. Se separan, absorbiendo mutuamente con la mirada cada uno de sus rasgos, tratando de recordar cada instante, de atesorarlo en su memoria.
Ella recorre el labio de él con un dedo, deteniéndose en una de las comisuras. Piensa:
« Sonríe, tienes una sonrisa preciosa. ¿Por qué no la aprovechas?»
Él la observa. Su corazón late rápido, y habría querido que el tiempo se detuviese. Para siempre. Pero no puede ser. Nunca podría ser.
Ella le besa suavemente, un beso de despedida, antes de echar a correr. Lleva pantalones de deporte, y de sus orejas cuelgan unos cascos conectados al mp3. En aquel momento está sonando «Quelqu’un m’a dit» de Carla Bruni.
Él suspira, observándola marchar. Después, se encoge de hombros y se deja llevar.
– ¿Qué?- Edmund frunce el ceño. No recuerda haber recorrido la mitad del camino, pero supone que tenía tantas cosas en qué pensar que su mente se ha desconectado de la realidad. No es la primera vez que tiene aquella sensación.
Entra en el parque, buscando a Marine con la mirada. Han quedado allí muchísimas veces, junto a la fuente con forma de hidalgo montado a caballo. Aún así nunca se han interesado por saber a quién representa. ¿Qué podía importar eso?
Una joven rubia de cabellos claros y ondulados, menuda, y de piel clara, está sentada en el borde, esperando a que Edmund llegue. Marine.
El joven piensa que tal vez ha sido mala idea, pero ya es demasiado tarde. Marine le ha visto.
Camina hacia él, sonriendo nerviosamente. Él no le devuelve la sonrisa, aunque sí se moja los labios, descubriendo un sabor dulce a fresa que no estaba allí antes.
– Pensé que no vendrías- dice Marine, acercándose para besarle.
Pero él se retira, sutilmente. Está confuso, necesita explicaciones. Aunque no está muy seguro de querer conocer sus motivos.
– Estás enfadado, lo comprendo- dice ella, deteniéndose, a una distancia prudencial. En el fondo, esperaba que él la recibiera con los brazos abiertos. Como si nada hubiese sucedido. Edmund tampoco responde a aquello, se dedica a observar los cambios en el rostro de la joven, intentando adivinar lo que oculta, lo que sus labios no dicen.
– Te debo una explicación- dice ella, mordiéndose el labio. Está nerviosa, y no sabe desde que perspectiva debe abordar la conversación. Que Edmund no hablara no la ayuda a centrarse.
– Sé que decirte eso en un mensaje no estuvo bien. Lo siento, pero estaba muy confusa- parece arrepentida de verdad— Edmund, di algo, por favor.
Él decide facilitar un poco las cosas, aunque su primera intención había sido dejarla hablar a ella. Escuchar era la manera más fácil de lograr entender algo. Porque él no entendía nada.
– ¿Por qué estabas confusa?- pregunta.
Ella respira hondo.
– Hemos tenido demasiados cambios en poco tiempo. Discutíamos mucho. No estaba segura de que esto funcionase.
Edmund arruga los labios, y ella traga saliva. Ahora que sabe que él iba a contestar a sus palabras, tiene miedo de la respuesta que podía dar.
« ¿No pudiste hablarlo conmigo antes?», piensa él.
– ¿Y ahora?- pregunta él.
– Te quiero, Edmund. No tenemos una buena época, pero todas las parejas pasan por sus baches ¿Verdad?
Necesita una confirmación para aquella pregunta que le ha estado corroyendo durante todos aquellos días anteriores.
– Sí…- contesta él, y ella sonríe. Pero Edmund no ha acabado— Pero yo ya no estoy seguro.
Ella enarca las cejas, su sonrisa se desdibuja mientras un nudo se acomoda en su garganta, incómodo, constrictor.
– ¿Qué quieres decir?
Las palabras que Marine no quiere oír salen por la boca de él, inevitablemente.
– No lo sé. No creo que debamos seguir con esto.
El labio inferior de ella tiembla. La voz de él es fría, pero sólo porque debe mantener las apariencias. Se siente débil, confuso. Como ella.
– ¿Me estás dejando?
– Sí- contesta. Ni siquiera es consciente de cuando ha tomado esa decisión.
La visión de Marine se torna difusa, nublada por las lágrimas. Lágrimas de desconcierto, de dolor, de pérdida. Ella pensaba que todo iba a volver a ser como antes, pero la realidad que ha encontrado es muy distinta.
– ¿Por qué?- pregunta mientras la primera de las gotas saladas se escapa de sus ojos y recorre su pálida mejilla.
– Es mejor así. No llores. No me lo pongas más difícil, por favor- Edmund da un paso hacia ella, mientras su corazón se encoge en un puño. La quiere, claro que la quiere. Pero es un amor deteriorado por las discusiones, un amor enfermo, malogrado. Un amor que a la larga no puede hacer más que daño.
Ella tiene entonces dos impulsos contradictorios. Quiere aferrarse a él, abrazarle para olvidar que aquello era el fin, y a la vez desea huir, su sola presencia le hace daño.
– Pero…- busca una manera de convencerle, ignorante de que la decisión ya está tomada.
– Hay otra mujer- miente Edmund. Supone que de ésa manera será más sencillo odiarle, y así le costará menos trabajo olvidarle.
Ella aprieta los labios, confusa ante la última afirmación. Sólo queda ya la segunda opción, y se vuelve un segundo antes de echar a correr.
– Edmund, no quiero volver a verte nunca más.
Lágrimas amargas caen ahora a borbotones por sus mejillas, desbordadas.
– Lo sé. Que te vaya bien, Marine- responde él al viento, mientras se muerde el labio, tal vez con demasiada fuerza. Su corazón también está resquebrajado, pero ha hecho lo correcto. Al menos, a su parecer.