lunes, 8 de marzo de 2010

III

III
La noche ha caído y las farolas están ya encendidas cuando Edmund regresa a casa. Se siente confuso, y le duele la cabeza. Mucho. Es difícil no caer en la tentación de creer que puede funcionar, o mucho más complicado; no creer que puede intentarlo de nuevo.
« ¿Y si vuelvo a llamarla? Tal vez aún tenga solución. Pero… No, no debo hacerlo»
Enciende la luz del pasillo, y gira la llave, que da media vuelta antes de abrirse. Pero la casa está a oscuras, no parece que haya nadie dentro.
– ¿Hola?- pregunta más que saluda, recordando casi con seguridad que él había cerrado con llave la puerta antes de irse.
Pero nadie responde, ni siquiera Étoile sale en su búsqueda.
Se encoge de hombros, y se dirige directamente a su cuarto, despojándose del abrigo por el camino. El frío ha llegado con la noche, y la lluvia ha agarrotado la mayor parte de su cuerpo. Está cansado, tanto física como psicológicamente.
Enciende la luz, y en aquel instante está tan ocupado dándole vueltas a la ruptura con Marine que saluda con naturalidad a la mujer que hay en su cama. Como si eso fuera normal. Como si la conociese de algo.
La joven, una muchacha castaña de ojos verdes, se estira y se sienta en la cama. Devuelve el saludo, mientras el edredón resbala por su cuerpo, dejando a la vista su ropa interior de encaje.
– ¿Pero…?
Edmund acababa de cobrar consciencia de lo que está sucediendo. Ella ríe, divertida por la cara de sorpresa que ha conseguido dibujar en el rostro del muchacho.
– ¿Quién eres?- pregunta. Nunca la había visto antes.
– Mi nombre es Lucille, he venido con Colin…- explica ella, mordiéndose el labio.
– Ah- responde él. Aún está demasiado desconcertado como para comprender nada.
Ella vuelve a sonreír, saliendo de la cama y sentándose al borde. Sus únicas prendas; un sujetador y unas braguitas negras.
– ¿Y dónde está él?- pregunta Edmund, omitiendo la pregunta que realmente desea hacer:
« ¿Qué demonios haces en mi cama?»
– Está con mi amiga, Itzel- responde ella, como si con aquella frase lo explicase todo, incluso por qué estaba en ropa interior dentro de la cama del muchacho. Juega haciendo círculos en la cama con el dedo, mientras mira a Edmund bajo las pestañas— ¡Oye! Colin tenía razón…
Ríe. Edmund la mira a los ojos, que aunque le habían parecido verdes al principio son de un color pardo aceitunado. No puede evitar que se le vaya la vista en un par de ocasiones. La joven si se da cuenta no hace ningún intento de cubrirse.
– ¿En qué?
Ella le estudia con la mirada varias veces, para finalmente responder.
– No importa. Dejémoslo en que tiene razón.
Se levanta, y no es muy difícil que Edmund imagine sus intenciones.
«Una desconocida recién salida de mi cama en ropa interior intenta seducirme. Esto es surrealista», piensa, y ella se acerca, con una sonrisa de oreja a oreja iluminando su rostro.
– Tu cama es muy cómoda, aunque solo la haya usado para dormir…
Solamente le faltaba añadir el «aún». Quería utilizar aquella cama para algo más que para dormir. Él la observa, preguntándose qué debe hacer.
« Si le permitiera acercarse un poco más… Quizás… ¿Si lo hiciera sería como si no hubiese mentido a Marine?»
Edmund odiaba las mentiras.
« Pero qué estás diciendo», se contesta, aún a tiempo.
Da un paso hacia atrás, y Lucille se detiene.
– Entiendo. No te gusto, ¿Verdad?
Ahora llega el turno de que Edmund la estudie con la mirada.
« ¿Qué haces?», se pregunta, apartando la mirada. Ella es muy atractiva. Demasiado, tal vez.
– Ése no es el problema.
– ¿Entonces?
– Entonces nada.
Ella se muerde el labio, y después se encoge de hombros.
– Bueno… ¿Podemos charlar un rato mientras tu amigo acaba con mi amiga?- pregunta, sentándose de nuevo en la cama. Aún rendida, su mirada continua siendo intensa. O eso piensa él, ella no se ha dado por vencida. Ni mucho menos.
Edmund se ruboriza inconscientemente. Que se hubiese negado a que aquello llegase más lejos no significaba que tuviese el suficiente autocontrol como para estar sentado en su cama, simplemente hablando con una joven hermosa en paños menores.
– Mi pijama está debajo de la almohada. Ya que has dormido en mi cama, ¿Por qué no te lo pones?- pregunta, tratando de disimular su nerviosismo.
Hace bien en ocultarlo, pues ella busca cualquier brecha a través de la cual llegar hasta él.
– Bueno, la verdad es que… Sí, por qué no.
Saca el pijama sensualmente, poniéndose a cuatro patas para rebuscar debajo de la almohada. Edmund mira hacia otro lado, y piensa.
«Colin, definitivamente vas a morir»
– ¡Le tengo!- exclama Lucille, y se lo pone lentamente, como si cada uno de sus movimientos estuviera premeditado, y tuviese como objetivo hacer cambiar de opinión al joven.
Edmund respira hondo, mirando hacia otro lado a pesar de que sus ojos decían:
« Alégrate la vista, hombre. Mirar es gratis» Pero claro, que iban a decir ellos, que no tenían ningún motivo para estar de acuerdo con la razón.
– Ya está, puedes volver a mirar- dice ella, ¡Como si Edmund hubiera dejado de mirarla para darle intimidad! Lo que necesitaba era calmar aquella parte de él que no era racional, aquella parte que se encontraba bastantes centímetros más abajo que su cabeza.
«Venga, ya está», se dice, pero bajo el pijama aún sigue imaginando aquel sutil sujetador negro que oculta unos pechos redondos y bien formados.
– ¿Piensas quedarte ahí parado?- pregunta ella, acomodándose en la cama. Actúa como si aquel fuera su cuarto en vez del de él. Cómo si él fuese el invitado.
– No, claro que no- asegura él una vez estuvo seguro de que sería capaz de controlar sus instintos.
«Tan sólo es una conversación»
Se tumba a su lado, y la observa con desconfianza. Es incapaz de fiarse de una mujer que sin conocerle en absoluto aparece en su cama en ropa interior.
– ¿Quieres saber en qué tenía razón Colin?
– Vale- responde él, aunque temía la respuesta.
– Me dijo que no me arrepentiría de venir, que tú eras muy guapo- sonríe, pasando la lengua por su labio inferior.
Piensa:
« Con un poco de suerte me estará arrancando su pijama a mordiscos en pocos momentos»
Pero no es aquello precisamente lo que está planeando Edmund en aquel instante. Planea en como matar a Colin de la manera más dolorosa y lenta posible.
– Vaya, gracias- responde él. Lucille agarra uno de los mechones castaños de su pelo completamente liso, y después dice:
– No era para hacerte un cumplido, simplemente decía la verdad.
Está buscando la manera de conseguir que él reaccione. Edmund en cambio está tratando de dejar su mente en blanco. Encuentra una manera de hacerlo.
– Hoy lo he dejado con mi novia.
Lucille se alza sobre un brazo, observándolo desde más alto.
– ¿Ah sí? Entonces estás soltero- sonríe. No se da por vencida.
– No es tan fácil- contesta Edmund, viendo que ella ha encontrado su propio camino para poner la conversación a su favor.
– ¿Ah, no? ¿Por qué?
– Yo la quería.
– Pero ya no estás con ella. Un clavo saca otro clavo.
– No creo en ese dicho.
– ¿Por qué no?
Edmund comienza a cansarse. Demasiada insistencia. En realidad, que se estuviese dando aquella situación no tenía ningún sentido.
– Porque no.
– Bueno…- tan sólo se da temporalmente por vencida— ¿Hay ya otra chica?
– No.
– Yo sería solo un lío de una noche. No quiero nada serio contigo.
Se le acaba la paciencia.
– Ya, pero para eso deberíamos querer los dos. No es el caso, lo siento.
– Oh.
Ella aprieta los labios, en parte frustrada, en parte sorprendida. Parece que no va a lograr salirse con la suya. Se hace un silencio tenso, que ella misma rompe segundos después.
– Bueno, no importa. ¿Qué tal si hablamos de otra cosa?
Su dignidad está gravemente dañada, pero no iba a permitir que él lo supiese. Es demasiado orgullosa para eso.
– ¿De qué?- pregunta él, suponiendo que el próximo tema que ella propondría sería “el kamasutra”, o “las películas X”.
– ¿Trabajas?
– Sí, soy bibliotecario. Estudio física también.
– Eso suena muy bien- dice ella, sonriendo de nuevo.
Se recupera rápido. Ya que no podía convencerle, ha decidido tomar otro camino un poquito más largo.
– ¿Y tú?- pregunta él.
– Ahora trabajo como modelo en una revista de ropa interior, aunque sólo es algo temporal. Ahora que lo digo, este conjunto…- hace un ademán de levantarse la camiseta del pijama, pero Edmund la detiene.
– Creo que ya lo he visto lo suficiente.
Ella sonríe. Piensa que si se ha fijado en su ropa interior tal vez tiene más posibilidades de lo que ha conjeturado así a priori. Desde luego no es pesimista, eso es evidente.
– Vale. En realidad, quiero estudiar periodismo.
– Interesante.
« Sí todo lo aborda con ese ahínco, se le dará bien», piensa él.
– Tú también eres muy interesante- sonríe, y se deja caer de nuevo en la cama, más cerca de él— ¿Quieres saber qué he soñado antes de que llegaras?
Edmund no quiere saberlo. Debería estar durmiendo en aquel instante, y sin embargo está conversando con una mujer que no le interesa. Bueno, tal vez una pelín.
– No me fio de tus sueños- responde, y ella se echa a reír. Aquella risa tiene algo de seductora. En verdad, todo en ella es tentador. Es como una viuda negra, pretende comérsele con patatas.
Pero ella no sabía que llegaba la salvación de Edmund, bastantes minutos más tarde de lo que debía haber llegado.
– ¿Lucille?- la voz de su amiga, la tal Itzel, se escucha al otro lado de la puerta cerrada.
– Puedes pasar- dice ella, otra vez actuando como anfitriona.
Edmund se levanta de un salto, antes de que la muchacha abra la puerta. No quiere dar lugar a confusiones de ningún tipo.
Abre la puerta una joven de cabellos oscuros y cortos, envuelta en un vestido de color azul celeste. Sus ojos son del mismo color, y los labios son rosados, como un caramelo de frambuesa.
– ¿Tú eres Edmund?- sonríe, y el joven teme que Itzel fuese igual que su amiga. Dos leonas unidas para comerse a un pobre corderillo.
– Sí, ¿Itzel?
No sabe si debía decir que Colin le había hablado mucho de ella. En realidad, hasta aquella misma tarde no la había mencionado.
– Sí, soy yo. Encantada- se acerca y le da dos besos en las mejillas— Colin me ha hablado mucho de ti.
Finalmente es ella quién se le había adelantado. Itzel mira por primera vez a su amiga, y con los ojos muy abiertos dice:
– Eh, ¿Estás en pijama?
– Sí, creo- contesta Lucille, poniendo los ojos en blanco. ¿No era obvio?
– Vístete. Nos vamos.
Edmund la mira durante unos instantes, agradecido. No es que menospreciara su capacidad de autocontrol, pero habían sido demasiadas emociones para un solo día. Y teniendo en cuenta, que al fin y al cabo, es un hombre y tiene sus necesidades, no podría aguantar mucho más aquella situación. Sobre todo, porque no la despreciaba porque no le atrajera. Sino porque no era lo que él deseaba. ¿Un rollo de una noche? Si algo ha aprendido en sus 26 años de vida, es que el amor es más importante que el sexo. Pero una parte de él… Una parte situada entre los muslos, no opinaba lo mismo. Y ésa porción podía ser muy persuasiva.

Ellas salen por la puerta, y Edmund suspira aliviado, cerrando tras de sí. No entiende por qué debe estar tan agobiado, pero lo está. Acaba de ser por primera vez, un hombre-objeto.
– ¿Colin?- le busca en el comedor, en la cocina, y al fin escucha el agua de la ducha correr.
Étoile, dormida tras las cortinas de la cocina maúlla, y decide unirse a él, mientras él grita.
– ¡Colin!
El muchacho, al otro lado, lo escucha y responde:
– ¿Cuándo has llegado, Edmund? ¿Has llegado a conocer a mi nueva chica… y a su amiga?
– ¿Qué si las he conocido? Me he encontrado a una mujer en bragas en mi cama. ¿Te parece ése suficiente conocimiento?
– ¿Qué? No te oigo. Cuando salga hablamos- dice Colin, mientras alarga aquella plácida ducha después de una tarde placentera. Muy placentera. Más que muchas otras.
«Sí, porque me vas a oír, de eso puedes estar seguro», piensa Edmund, yendo hacia el comedor, y sentándose en el sofá. Étoile le sigue, con la cola levantada, como si a ella también la hubiesen agraviado.

– Bueno, ¿Entonces qué decías?- pregunta Colin, apareciendo en el salón con una toalla atada a la cintura, revolviéndose con una mano el cabello rubio y lacio, quizás un poco largo de más.
– Que la próxima vez que te traigas a una chica a casa, dejes a su amiga fuera.
Colin abre mucho los ojos, desconcertado por la acritud con la que habla su amigo.
– ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Su cara, ligeramente angulosa pero proporcionada, y sus ojos, oscuros y penetrantes, muestran un leve destello de preocupación. No es lo que se dice «guapísimo», pero hay algo en él, algo indescriptible que lo hace atractivo.
– Me la he encontrado en mi cama casi desnuda. ¿Te parece poco?
Colin suelta una carcajada.
– ¡Vaya con la amiguita!- sonríe, atento a algún pensamiento que solo él conocía— ¡Qué suerte tienes, cabrón!
– ¿Suerte? ¿Me ves a mí con cara de darte las gracias?- frunce el ceño.
– La verdad es que no, tienes una cara de amargado total. Tío, relájate un poquito.
– ¿Qué me relaje? He cortado con Marine definitivamente, y lo primero que me encuentro al llegar a casa es una tía en mi cama. ¿Te parece normal?
Colin sonríe bobamente, seguramente pensando que a él no le importaría en absoluto encontrarse a una mujer en su cama cada vez que llegara a casa.
Pero no dice nada de eso, simplemente se limita a preguntar:
– ¿De veras cortaste con Marine? ¿Para siempre?
– Sí- responde Edmund, haciendo una mueca de dolor. Aún había una parte de él que no se había hecho del todo a la idea.
– ¿Tú o ella?
– ¿Cómo dices?
– ¿Quién cortó?
– Yo.
Colin agita la cabeza. No entra en su comprensión que Edmund esté triste por algo que él mismo ha querido terminar.
– ¿Pues sabes qué? Me alegro. Nunca le caí bien, me ha odiado desde siempre por dejar los calcetines tirados por toda la casa. ¿Te parece a ti eso algo tan horrible?
Edmund casi sonríe. Colin es sin lugar a dudas un completo desastre.
– Bueno. La próxima vez que vayas a traer a alguien, avísame.
Colin asiente con la cabeza.
– ¿Entonces no te ha gustado la amiga de Itzel? No la habrás mirado bien, era un bombón.
– Ya, un bombón envenenado- asegura Edmund, recordando cómo había intentado hacerle caer de todas las formas posibles.
– No ha podido ser para tanto. Eres un exagerado.
En esta ocasión, Edmund hace una mueca, una mueca que se quería asemejar a una sonrisa.
– Cuando encuentres una mujer desconocida en tu cama, desesperada por hacerte el amor, me cuentas.
Y Colin alza los ojos hacia el techo.
«El paraíso. Sexo sin preocupaciones, sin complicaciones, con una hermosa mujer. ¿Cuál es el problema?», piensa. Si algún día le sucedía aquello a él, sería un precioso regalo. Se echa a reír ante tal pensamiento.
– Anda vamos a cenar. Las mujeres siempre me abren el apetito- dice Colin, quitándose la toalla, y caminando por el pasillo con la toalla colgada de los hombros. A parte de ser un hombre que pierde los calcetines en cualquier sitio, es un exhibicionista. Y no tiene ningún complejo.