sábado, 13 de marzo de 2010

II

II
Martes, 7:35.
Edmund está en el metro, espera a que llegue su parada. Está inquieto. Mira a ambos lados, cómo si esperase algo. Está menos dormido que de costumbre, y tal vez busca a la chica de ayer, o tal vez no. Tan sólo sabe que acaba de llegar a Tolbiac, donde no se sube nadie. Ni una sola persona.

Martes, 14:00.
Edmund sale de la biblioteca. Camina por la calle aburrido, cansado. Harto de estar todos los días igual, de la rutina, de aquella mano invisible que mueve el mundo obligándole a repetir el ciclo una y otra vez. Además está ella… Marine. Se niega a salir de sus pensamientos.
¿Ha hecho lo correcto? ¿Está siendo sincero consigo mismo? Una parte de él dice que sí. La otra parte… La otra parte no puede decir nada. No sabe nada.
– Eh, eh. ¡Espera!- una chica corre hacia él, con algo en la mano.
Edmund se gira.
– ¿Qué pasa?- pregunta alarmado.
– Se te ha caído esto.
Ella le tiende un sobre blanco, jadeando por la carrera. Edmund responde:
– Lo siento, no es mío.
Observa la mano de la muchacha durante unos segundos, indeciso. ¿Qué debe hacer ahora, darse la vuelta y seguir andando?
– No, de veras. Es tuyo, he visto como se te caía.
Ella parece muy segura de lo que dice. Él alarga la mano, y agarra el sobre.
– Bueno, pues gracias- se encoge de hombros, mirando el sobre por ambos lados. Sigue pensando que no le pertenece, y quizás así es.
– De nada- ella sonríe, aún resoplando. Es una muchacha bajita y joven, con gafas cuadradas y cabello largo y pelirrojo.
Ahora sí, Edmund continúa andando. Mira el sobre por ambos lados, antes de decidirse a abrirlo.
« ¿De verdad se me ha caído esto?», piensa.
Pero la intriga puede con él, lo abre. Lo único que hay dentro del sobre es un folio con un corazón dibujado en el centro. Lo vuelve a guardar, completamente seguro de que aquella muchacha le ha tomado el pelo. Pero puede que no lo haya hecho.

Martes, 10:30.
Las cosquillas comienzan por la nariz y ascienden hasta los ojos y las cejas, rozando la piel de Danielle con suavidad. Despertándola cuidadosamente.
– Cinco minutitos más- pide ella, girándose completamente en la cama. Arruga los labios y el ceño, y se rasca el entrecejo. Jacques se echa a reír, y ella abre un ojo ligeramente.
– ¡Dios mío!- exclama. Acaba de ver la hora que es.
– Buenos días, bella durmiente- Jacques estira los brazos. Ha elegido precisamente aquella frase, aunque ni él es un príncipe, ni ella una princesa de cuento. No necesitan serlo.
Ella ignora el comentario, y dice:
– Blanche va a llegar tardísimo, ¡Qué horror, nos hemos dormido!
Él agita la cabeza negativamente.
– Lleva dos horas en el cole- dice Jacques encogiéndose de hombros, y volviéndose a tumbar.
– ¿Ah, sí?
Danielle se relaja, y mientras bosteza, pregunta.
– ¿Qué tal estás?
Él tarda unos segundos en responder, probablemente tratando de analizar cómo se siente exactamente.
– Bien. Creo que estoy mejor.
Sonríe, probando sus labios; la cosa va bien, no es una sonrisa forzada. Ladea la cabeza, ella le devuelve la sonrisa. Vuelve a mirar el reloj, y gruñe.
– Oh, ¿De verdad te tienes que ir ya?
Jacques asiente. En verdad, ya llega tarde. Pero se siente tan a gusto… Mucho mejor de lo que se sentirá cuando salga a la calle y regrese a la realidad.

Martes, 14:30.
– Vamos, vamos- insiste Blanche, tirando de la mano de su hermana, con urgencia. La ha arrastrado por toda el camino, vienen del colegio, y Blanche está hambrienta— me comería un mamut, pero están extinguidos.
Es una de las frases más usadas de su amigo Alexander Lauvergne, un niño de pequeña estatura y gordito, uno de sus inseparables.
– Frena- pide Danielle, parando en seco— voy a coger el correo.
Ha tenido un presentimiento.
– ¿Pero qué dices? ¿Por qué?
Blanche hace una mueca. Después se encoge de hombros, suelta la mano de su hermana, y corre hacia el interior, esquivando una esquina en el último momento.
– Yo voy llamando al ascensor, ¡Date prisa!
Danielle abre el buzón, y separa todas las facturas de un sobre en blanco. Sin saber por qué ha buscado directamente aquel. Como si supiera que estaba allí. Aunque los presentimientos son así, vienen y no te explican un por qué.
Lo mira por ambos lados, buscando alguna seña, pero no hay nada. Lo abre. En el interior, hay un folio de papel reciclado con dos corazones dibujados, uno al lado del otro.
– ¿Qué…?- se pregunta durante un instante, después obtiene su respuesta.
– ¡Danielle! ¿Vienes o qué?
Ella sonríe, guardando la hoja de nuevo y metiendo los bordes hacia dentro. Llega a la puerta del ascensor, donde su hermana la espera con cara de fastidio.
– ¿Qué? ¿Muchas facturas?
– ¡Tengo algo para ti!
Le agita el sobre ante sus ojos, divertida.
– ¿Qué es eso?- pregunta Blanche.
Danielle no puede aguantar más, y exclama:
– ¡Tienes un admirador secreto!
Y corre escaleras arriba, con el sobre en la mano. El ascensor queda abandonado, Blanche no duda ni un instante en perseguirla. Y la alcanza; la juventud da la velocidad.