miércoles, 9 de marzo de 2011

VII

Cuando el tren se ha puesto ya en marcha, Danielle se gira.
« ¿Qué ha sido todo eso?», se pregunta.
La respuesta que le da el mundo es una llamada de teléfono.
– ¿Sí?
Una voz ronquea al otro lado.
– Acabo de despertarme. ¿Qué quieres para comer?
– Sorpréndeme.
Sonríe ampliamente.
« ¡Sorpréndeme!», Algún día le gritaría eso a la vida.
– Las sorpresas no siempre son agradables- Jacques traga saliva, recordando cómo había acabado la visita sorpresa de Eloise.
Ya está bien, debe dejar de pensar en ella. No puede depender cada día de ella, no. Ella se ha ido. C’est fini.
– Ésta lo será…
No tiene modo alguno de saber lo que Jacques está pensando, pero la amargura de su voz la hace entender.
– Estoy allí enseguida.
– No es necesario que te apresures- contesta Jacques negando con la cabeza a la vez que habla. ¿Qué se piensa, que va a cometer una locura? ¡Por favor!
– Lo sé- ella pone los ojos en blanco y camina más deprisa.
– Comida- dice él escuetamente, después cuelga.
Pensándolo mejor, no tiene ni pizca de ganas de cocinar. Con el teléfono aún en la mano, rebusca entre las revistas que hay en la mesa. En una de ellas encuentra el número del restaurante chino que hay a un par de manzanas. Se encoge de hombros. Aquello sería una sorpresa, al fin y al cabo.

Danielle entra por la puerta diez minutos después, adelantando al chino en motocicleta que espera a que el semáforo se ponga en verde para recorrer el camino que le queda hasta el aparcamiento que está libre, al lado de los cubos de basura. Sube en ascensor y Jacques abre la puerta. No era a Danielle a quién esperaba.
– ¡Qué rapidez!- dice.
Danielle mueve las aletas de la nariz y frunce los labios.
– No huele a comida.
Jacques sonríe.
– Muy observadora. Te has adelantado a la comida.
En ese momento suena el interfono, el chino ha conseguido aparcar en un santiamén.
– Ahí está.
Hace pasar a Danielle, y le señala que vaya al comedor con un gesto de manos. Después contesta al interfono, el chino dice “Lestaulante Chon-la” con pronunciada voz nasal.
– Sube- responde Jacques, después pulsa el botón.
Danielle suelta una exclamación ahogada desde el comedor.
– ¡Orgullo y prejuicio!
Jacques llega a tiempo de ver su baile espasmódico abrazando al DVD conseguido en el videoclub. Bendito, y cercano videoclub.
– Veo que te ha hecho ilusión.
Ella sonríe, dibujándose un hoyuelo encima de cada comisura. Cambia de expresión al observar el aspecto desaliñado que presenta su amigo.
– ¿Has bajado así a la calle?
Él se encoge de hombros. El timbre suena, librándole de aquella pregunta incómoda.
Un chino regordete aparece en su campo de visión, jadeando. Probablemente ha subido las escaleras andando, ¿Fobia a los ascensores? Jacques sonríe.
– Hola.
– Aquí tiene su pedido. Son veinte eulos con cincuenta.
No tiene tiempo para hacer amistades, tiene tres pedidos más esperándole en la caja de su vieja motocicleta.
Jacques rebusca en su bolsillo, y le tiende el dinero, despidiéndose después.
Danielle aparece a su lado.
– Mmm… Comida china.
– ¿Te gusta la sorpresa?
Ella ríe. Aún abraza el DVD del videoclub.
– Creo que sí.
Él sonríe.
– Bien.
Danielle abre la bolsa que les ha traído el chino, y después levanta la cabeza.
– ¿Estás seguro de que orgullo y prejuicio es la elección correcta para tu estado de ánimo?
Jacques arruga la nariz.
– ¿Qué estado de ánimo? Estoy perfectamente.
– Conmigo no tienes por qué fingir. Se te ve, incluso sin mirarte.
Jacques sacude la cabeza mientras busca los platos en el armario.
– ¿Y si sólo vemos la parte en la que ella le odia?
Danielle sonríe.
– Trato hecho.
Ponen la mesa, y empiezan a ver la película mientras se pelean con los palillos chinos —ninguno de ellos es un experto en su uso—. Casi pueden interpretar los papeles de los protagonistas. Es la película favorita de Danielle, y la han visto tantísimas veces que se saben el diálogo de memoria. Cuando están acabando de comer, suena el teléfono. Danielle se levanta a cogerlo de un salto, y corre hasta el salón.
– ¿Sí?
– Hola, Dani.
– Oh, Blanche, ¿Qué tal? ¿A qué hora quieres que te recoja?
– Por eso te llamaba. ¿Me puedo quedar esta tarde en casa de Nicolette? Su papá me ha dicho que me trae él a casa.
Danielle mira un segundo en dirección a la cocina, donde está Jacques, fingiendo que todo va de perlas.
– Sí, está bien. Pero a la hora de la cena en casa.
– Sí, sí, pesada- Blanche se ríe— ¿Cómo están mis peces?
Danielle hace una mueca. Ups. Se le había olvidado echarles de comer.
– Están todos bien, no te preocupes- dice, a la vez que cruza los dedos para que sea verdad.
«Por favor, que estén todos bien»
– Genial. Luego nos vemos.
– Vale. Pórtate bien, ¿Eh?
– ¡Que síiiiiii!
Blanche es la primera en colgar. Danielle se dirige directamente a mirar los peces.
Desde la cocina se oye claramente una palabrota:
– ¡Oh, merde!
Jacques acude rápidamente.
– ¿Qué pasa?
Danielle sonríe, avergonzada. Hay un pez flotando en el agua, sin vida. Los demás están bien, al menos aún. Jacques sacude la cabeza.
– Te lo dije.
Danielle resopla.
– Tendré que comprar otro. Sólo espero que Blanche no se dé cuenta.
Echa de comer a los demás peces, que a esas alturas eran todos caníbales y peleaban por los restos del pobre desgraciado, y saca al susodicho pez del acuario.
– ¿Ves? Ya tenemos plan para esta tarde.
Jacques sonríe, bueno, al menos lo intenta. Danielle le mira fijamente.
– ¿Del uno al diez, cuánto?
– Siete.
En una escala de diez puntos, Jacques tenía un siete; Una depresión notable.
Ella suspiró.
– Te dijo que la llamaras, ¿Lo vas a hacer?
Él se encogió de hombros.
– Probablemente sí.
Danielle volvió a suspirar.