miércoles, 9 de marzo de 2011

IV

– ¿Ha estado Lucille aquí?
– ¿Quién?
– La amiga de Itzel.
– Ah, ¿Debería?
Colin sonríe, intentando adivinar si hay algún tipo de interés inherente en la pregunta de Edmund. Él hace una mueca.
– Estaría mucho más tranquilo si tu respuesta fuese negativa.
Colin se echa a reír.
– No, no ha estado aquí.
Edmund respira aliviado.
– Sin embargo, Itzel me ha dicho que ha preguntado por ti. Le causaste una gran impresión, ¿Eh?
Edmund pone los ojos en blanco.
– Eres un amargado.
– No lo soy.
– ¿Ah, no?
– ¡No! Pero no me gustan ese tipo de mujeres.
Colin se apoya sobre el respaldo con gesto pensativo.
– Yo le doy gracias al cielo todos los días porque existan ese tipo de mujeres- mira a Edmund, intenta adivinar qué se esconde tras esa máscara— ¿Qué es exactamente lo que te disgusta? Son mujeres sin tapujos, que saben lo que quieren y lo toman. ¿Cuál es el problema?
Edmund se aparta durante unos segundos del curso de sus pensamientos para pensar la pregunta.
– Supongo que prefiero la intriga de no saber qué va a pasar, de que no haya nada decidido.
– Eso es lo más estúpido que he oído hoy.
Edmund ríe, Colin se encoge de hombros.
– ¿Y qué has hecho?
Edmund se encoge de hombros. Lo único importante es que una chica desconocida le ha abrazado y después ha huido de él sin decir una palabra.
– Estuve en la playa, como te dije. Después fui a comer a un restaurante nuevo que está a dos manzanas de aquí, tendrías que probarlo. Seguramente a Itzel le...
Colin agita la mano, interrumpiendo la frase.
– Regla número noventaidós, no hay que abusar de las salidas a comer.
Edmund pone los ojos en blanco. Colin, y su terror al compromiso. Siempre igual.
– Me voy a la ducha.
Se levanta perezosamente, bajo la mirada atenta de su amigo, que permanece sentado en el sofá con los pies apoyados sobre la mesa.
– Y baja los pies que luego comemos ahí.
– Es mi lado de la mesa- dice Colin sin moverse ni un centímetro.
– Ya.
Edmund se marcha, no le importa si no ha conseguido que Colin mueva los pies. Tiene razón, si a él no le importa que su lado de la mesa huela a pies, allá él.