miércoles, 9 de marzo de 2011

VI

– Es domingo, día de chicos- repite Colin, frunciendo el ceño mientras Edmund se encoge de hombros al otro lado del teléfono.
– No me apetece ésta semana- responde, cambiando el peso entre ambas piernas. El brazo que sujeta la barra del metro se le ha dormido y llegan hormigueos desde la punta de los dedos hasta el codo.
– ¡Edmund!- exclama— ¿Cómo se lo voy a explicar a…?
Pero Edmund ya ha dejado de escucharle.
– Ahora te llamo- dice, casi susurrando, y cuelga.
La ha visto, está allí, en el otro vagón.
Su corazón rompe a latir, irregularmente. Guarda el móvil en el bolsillo y atraviesa el camino que los separa. Ésta vez no puede salir corriendo, no. Están dentro de un tren entre dos estaciones.
Ella está con la cabeza gacha, moviendo los pies al ritmo de la música de su mp3. Pega un salto cuando una mano la agarra suavemente del antebrazo, y casi grita un improperio. En cambio pega un codazo en la dirección de dónde proviene la mano, y sonríe al oír un gemido. Su autodefensa ha sido efectiva.
– Oh.
Edmund se agarra la tripa con el brazo que tiene libre y se dobla sobre sí mismo, todo sin soltar el brazo de Danielle, que le mira desconcertada. Se quita los cascos.
– ¿Te…Conozco?- pregunta, enarcando las cejas mientras trata de liberarse. Su cara le resulta muy familiar… Sólo tarda unos segundos en descubrir por qué.
Mmm… ¡Sí! ¡El chico que le había parecido tan guapo el otro día!
Edmund se incorpora, y jadea. ¡Qué daño le ha hecho la muy bruta!
– Au…
Ella observa su antebrazo, aún sujeto y dice:
– ¿Por qué no me sueltas? No voy a escaparme.
Ella pone los ojos en blanco, y él suelta el brazo, teniendo la impresión de que ella volverá a salir huyendo. Pero no. Danielle no se mueve ni un centímetro, siente curiosidad. Le mira fijamente.
– Entonces… ¿Nos conocemos?- pregunta Edmund, cruzando los brazos sobre su abdomen dolorido. Sus cejas se alzan levemente, y ladea la cabeza sin darse cuenta.
– Creo que has sido tú el psicópata que ha venido y me ha agarrado del brazo como si la vida te fuese en ello… ¿No soy yo la que debería preguntar?
Edmund traga saliva.
– Ayer…- No se puede creer que tenga que explicarle que en realidad ella es la psicópata si no recuerda que le abrazó y luego salió corriendo. Y la que le acaba de dar un codazo bestial.
Danielle enarca las cejas.
– ¿Y bien?
– Bueno… Entonces no nos conocemos.
Si ella no desea mencionarlo, él tampoco. Se da la vuelta, casi seguro de que ella dirá algo. Parece la clase de persona que no se deja aturdir con facilidad.
– ¡Eh, Espera!
Edmund sonríe a medias y vuelve a girarse.
– ¿Sí?
– Siento haberte golpeado. Pensé que eras un violador.
– No te preocupes- dice Edmund, pero Danielle no ha acabado la frase:
– Ahora comprendo que sólo eres un chiflado inofensivo.
La sonrisa de Edmund se congela.
– ¿Chiflado?
Ella sonríe, intentando adivinar qué está pensando. En el fondo, está divertida.
– Sí, eso he dicho.
– ¿Chiflado?- vuelve a repetir él— No soy yo el que te abrazó y después salió corriendo. Sin decir nada.
Hace una mueca. Al fin tuvo que soltarlo. Dios mío, ¡Sí que le había molestado!
– ¿Perdón?
Es ahora Danielle la que se desconcierta. ¿Qué está diciendo?
– Yo no he…
– Sí, lo hiciste. Yo no soy ningún loco. Tú eres la que no recuerdas lo que haces.
Se miran fijamente, con el ceño fruncido y los ojos entornados. Aparentemente molestos. Pero segundos después, Danielle se echa a reír a carcajadas.
– Danielle Baicry— le tiende la mano, y él se la estrecha, confuso. Un calambre recorre su mano al tocarla, pero ella parece no notarlo.
– Edmund Fontaine.
Suelta su mano, y le mira fijamente. Aquellos ojos grises… Brillan de una forma extraña.
– ¿Edmund?- ella arruga los labios. ¿Qué? ¿Qué es?— No tienes cara de llamarte Edmund.
Él enarca las cejas.
– ¿Por qué no?
Se encoge de hombros.
– No lo sé.
Él respira hondo. Está hablando con ella, puede oír el sonido de su voz, y mirarla fijamente sin temor a que ella llame a la policía. Y es tan hermosa…
– Y Danielle… ¿En qué trabajas?
Quiere saber todo de ella.
– Soy enfermera. ¿Y Tú?
– Soy alumno de física. Pero mientras tanto trabajo en la biblioteca.
– Ah...
Edmund medio sonríe. Se les acaba la conversación. ¿Qué puede decir? En realidad no sabe si tienen algo en común, aparte de aquel metro en el que viajan los dos. Aunque sí que lo tienen. Bastante más que eso.
Pero ella se le adelanta. Aún persiste con el tema.
– Entonces se supone que ayer te abracé, ¿No?
Danielle sonríe, pensando:
« Si esta es su técnica para ligar… No le servirá de mucho ser tan absolutamente perfecto»
– No se supone. Lo hiciste.
– ¿Dónde, exactamente?
– En Rue Keufer al lado de Parc Kellerman.
Ella frunce los labios. Es verdad que pasó por esa calle ayer. Durante unos instantes siente miedo.
– ¿Me has estado espiando?- el miedo a dado paso a la indignación.
– Yo… ¿Qué? ¿Por qué habría de espiarte?
– Dímelo tú. Eres el psicópata, no yo.
Edmund inspira aire profundamente.
– Y dale con eso. Si no me hubieses abrazado sin motivo, yo no estaría aquí hablando contigo.
– Que yo no te he abrazado. Lo recordaría, ¿Sabes?
Él medio sonríe, y se encoge de hombros.
– Como quieras.
– ¿Entonces me das la razón?
– No. Es la primera cosa en la que no estamos de acuerdo.
Danielle mira el andén, frustrada.
– Y la última. Ésta es mi parada- gruñe.
A Edmund se le escapa una palabra.
– Tolbiac.
Ni siquiera necesita mirar al exterior para saberlo.
– Exacto.
El metro tarda unos segundos más en detenerse, mientras ambos se observan en silencio. Él se pregunta cómo debe despedirse, pero ella no. Simplemente dice mientras le señala con el dedo índice:
– Ni se te ocurra seguir espiándome.
Después se da la vuelta, y se abre paso entre la gente. Sonríe, mientras se coloca los cascos en las orejas de nuevo.
Y Edmund resopla, exasperado. Aquella conversación no ha sido exactamente como esperaba. Así es la vida, las expectativas nunca se acercan a la realidad.