miércoles, 9 de marzo de 2011

VIII

– ¿Te parece bonito?- se queja Colin, cruzado de brazos en el sofá con los labios fruncidos en una mueca de enfado.
– ¿El qué?- pregunta Edmund, desorientado. Lleva todo el camino a casa pensando en Danielle.
– ¿Cómo que el qué?- Colin enarca las cejas— He tenido que llamar a los chicos para decirles que esta semana de baloncesto nada… ¿Te parece bien? ¿Qué bicho te ha picado?
– No me apetecía…
– No te apetecía, ¿eh?
Edmund arruga la nariz.
– No.
– Llevamos saliendo los domingos a jugar al baloncesto desde el instituto… ¿Y rompes una tradición de años, sólo porque no te apetecía?
– Eh… ¿Sí? Vamos, Colin, tampoco es para tanto.
Colin resopla, pero no dice nada.
– Vamos… No seas injusto… Hay veces que tú no has ido.
– Ya, bueno, pero es distinto. Yo al menos tenía un motivo, con unas bonitas curvas, nombre y apellidos.
Edmund se ríe, sacudiendo la cabeza.
– ¿Si yo lo tuviera no estarías enfadado?
– ¿Lo tienes?- Colin enarca las cejas, desconfiado. Finalmente concluye— No, no lo tienes. Simplemente mírate.
– ¿Qué?- Edmund se echó un vistazo en el espejo.
– Vamos, que si hubiera una mujer en tu vida, no tendrías esa cara de amargado.
– ¿Amargado? ¿Yo?
– No, mi prima la de España. Que sí, tío, que necesitas tomarte la vida un poco menos en serio. Disfruta. La vida es corta.
– Colin, te estás pasando.
– No. ¿Sabes? No. Ya es hora de que alguien te lo diga. Estás dejando pasar tu vida mientras te centras en otras cosas.
Edmund pone los ojos en blanco y toma aire profundamente.
– Vale, pues haberte ido sin mí. No sé qué haces aquí, la verdad.
– Si no vas tú me falta la mano derecha.
Edmund, que está irritado y a punto de poner el grito en el cielo se da la vuelta, sorprendido.
– ¿Qué has dicho?
– Pues eso. Que si no vas… Bah, suena muy cursi, ¿De verdad quieres que lo repita?
– Por favor…
– Coño, en síntesis, que eres mi mano derecha, al menos en baloncesto.
Edmund se echa a reír.
– Gracias por la puntualización.
Colin sacude la cabeza, menos molesto.
– Bueno, a ver, ¿Qué es lo que ha pasado?
Edmund se encoge de hombros.
– No, no. Suéltalo. Esa insinuación de que puede que haya unas curvas distintas a las de la carretera en tu vida no puede quedar sin explorar. Por favor, dime que no has vuelto con Marine.
– No he vuelto con Marine- dice Edmund, suspirando. Marine. Casi había logrado apartarla de su mente.
Colin está aliviado, aunque se esfuerza en no aparentarlo. Quiere enfocar la conversación en la nueva mujer, no en la antigua.
– ¿Así que…?
– ¿No decías que no podía existir otra mujer con esa cara de amargado que tengo?
– Lo retiro.
Edmund frunce el ceño.
– ¿Retiras que tenga cara de amargado, o que pueda existir una mujer?
– Lo segundo.
– ¿Y en qué te basas?
– En que tú no insinúas mentiras. Odias mentir.
– Vale, vale. Tienes razón.
Pasan unos segundos, en los que Colin espera, y Edmund se niega a hablar.
– ¿Entonces qué?- Colin se cansa del silencio.
– Entonces nada. El día que se me quite esta cara de amargado te contaré.
Colin se ríe.
– Uh, te ha molestado de verdad.
– Sí.
– No te lo tomes tan a pecho. Sólo quiero decir que no estaría mal que sonrieses un poco más.
Edmund se moja los labios con la lengua.
– Bueno, de todas formas, creo que mantendré las expectativas hasta ver qué pasa. No quiero gafarlo.
Colin pone los ojos en blanco, y después entreabre los labios, cavilando.
– No será la amiga de Itzel, ¿Verdad?
Edmund da un respingo.
– ¡No! Por supuesto que no.
– Lo has dicho como si fuera un coco.
– No lo es. Sólo que no me gusta…
– …Esa clase de mujeres- termina Colin— ¿Sabes? Eres un santurrón insoportable. No sé porque soy tu amigo.
Edmund carraspea.
– Pues soy tu mano derecha… En baloncesto.

VII

Cuando el tren se ha puesto ya en marcha, Danielle se gira.
« ¿Qué ha sido todo eso?», se pregunta.
La respuesta que le da el mundo es una llamada de teléfono.
– ¿Sí?
Una voz ronquea al otro lado.
– Acabo de despertarme. ¿Qué quieres para comer?
– Sorpréndeme.
Sonríe ampliamente.
« ¡Sorpréndeme!», Algún día le gritaría eso a la vida.
– Las sorpresas no siempre son agradables- Jacques traga saliva, recordando cómo había acabado la visita sorpresa de Eloise.
Ya está bien, debe dejar de pensar en ella. No puede depender cada día de ella, no. Ella se ha ido. C’est fini.
– Ésta lo será…
No tiene modo alguno de saber lo que Jacques está pensando, pero la amargura de su voz la hace entender.
– Estoy allí enseguida.
– No es necesario que te apresures- contesta Jacques negando con la cabeza a la vez que habla. ¿Qué se piensa, que va a cometer una locura? ¡Por favor!
– Lo sé- ella pone los ojos en blanco y camina más deprisa.
– Comida- dice él escuetamente, después cuelga.
Pensándolo mejor, no tiene ni pizca de ganas de cocinar. Con el teléfono aún en la mano, rebusca entre las revistas que hay en la mesa. En una de ellas encuentra el número del restaurante chino que hay a un par de manzanas. Se encoge de hombros. Aquello sería una sorpresa, al fin y al cabo.

Danielle entra por la puerta diez minutos después, adelantando al chino en motocicleta que espera a que el semáforo se ponga en verde para recorrer el camino que le queda hasta el aparcamiento que está libre, al lado de los cubos de basura. Sube en ascensor y Jacques abre la puerta. No era a Danielle a quién esperaba.
– ¡Qué rapidez!- dice.
Danielle mueve las aletas de la nariz y frunce los labios.
– No huele a comida.
Jacques sonríe.
– Muy observadora. Te has adelantado a la comida.
En ese momento suena el interfono, el chino ha conseguido aparcar en un santiamén.
– Ahí está.
Hace pasar a Danielle, y le señala que vaya al comedor con un gesto de manos. Después contesta al interfono, el chino dice “Lestaulante Chon-la” con pronunciada voz nasal.
– Sube- responde Jacques, después pulsa el botón.
Danielle suelta una exclamación ahogada desde el comedor.
– ¡Orgullo y prejuicio!
Jacques llega a tiempo de ver su baile espasmódico abrazando al DVD conseguido en el videoclub. Bendito, y cercano videoclub.
– Veo que te ha hecho ilusión.
Ella sonríe, dibujándose un hoyuelo encima de cada comisura. Cambia de expresión al observar el aspecto desaliñado que presenta su amigo.
– ¿Has bajado así a la calle?
Él se encoge de hombros. El timbre suena, librándole de aquella pregunta incómoda.
Un chino regordete aparece en su campo de visión, jadeando. Probablemente ha subido las escaleras andando, ¿Fobia a los ascensores? Jacques sonríe.
– Hola.
– Aquí tiene su pedido. Son veinte eulos con cincuenta.
No tiene tiempo para hacer amistades, tiene tres pedidos más esperándole en la caja de su vieja motocicleta.
Jacques rebusca en su bolsillo, y le tiende el dinero, despidiéndose después.
Danielle aparece a su lado.
– Mmm… Comida china.
– ¿Te gusta la sorpresa?
Ella ríe. Aún abraza el DVD del videoclub.
– Creo que sí.
Él sonríe.
– Bien.
Danielle abre la bolsa que les ha traído el chino, y después levanta la cabeza.
– ¿Estás seguro de que orgullo y prejuicio es la elección correcta para tu estado de ánimo?
Jacques arruga la nariz.
– ¿Qué estado de ánimo? Estoy perfectamente.
– Conmigo no tienes por qué fingir. Se te ve, incluso sin mirarte.
Jacques sacude la cabeza mientras busca los platos en el armario.
– ¿Y si sólo vemos la parte en la que ella le odia?
Danielle sonríe.
– Trato hecho.
Ponen la mesa, y empiezan a ver la película mientras se pelean con los palillos chinos —ninguno de ellos es un experto en su uso—. Casi pueden interpretar los papeles de los protagonistas. Es la película favorita de Danielle, y la han visto tantísimas veces que se saben el diálogo de memoria. Cuando están acabando de comer, suena el teléfono. Danielle se levanta a cogerlo de un salto, y corre hasta el salón.
– ¿Sí?
– Hola, Dani.
– Oh, Blanche, ¿Qué tal? ¿A qué hora quieres que te recoja?
– Por eso te llamaba. ¿Me puedo quedar esta tarde en casa de Nicolette? Su papá me ha dicho que me trae él a casa.
Danielle mira un segundo en dirección a la cocina, donde está Jacques, fingiendo que todo va de perlas.
– Sí, está bien. Pero a la hora de la cena en casa.
– Sí, sí, pesada- Blanche se ríe— ¿Cómo están mis peces?
Danielle hace una mueca. Ups. Se le había olvidado echarles de comer.
– Están todos bien, no te preocupes- dice, a la vez que cruza los dedos para que sea verdad.
«Por favor, que estén todos bien»
– Genial. Luego nos vemos.
– Vale. Pórtate bien, ¿Eh?
– ¡Que síiiiiii!
Blanche es la primera en colgar. Danielle se dirige directamente a mirar los peces.
Desde la cocina se oye claramente una palabrota:
– ¡Oh, merde!
Jacques acude rápidamente.
– ¿Qué pasa?
Danielle sonríe, avergonzada. Hay un pez flotando en el agua, sin vida. Los demás están bien, al menos aún. Jacques sacude la cabeza.
– Te lo dije.
Danielle resopla.
– Tendré que comprar otro. Sólo espero que Blanche no se dé cuenta.
Echa de comer a los demás peces, que a esas alturas eran todos caníbales y peleaban por los restos del pobre desgraciado, y saca al susodicho pez del acuario.
– ¿Ves? Ya tenemos plan para esta tarde.
Jacques sonríe, bueno, al menos lo intenta. Danielle le mira fijamente.
– ¿Del uno al diez, cuánto?
– Siete.
En una escala de diez puntos, Jacques tenía un siete; Una depresión notable.
Ella suspiró.
– Te dijo que la llamaras, ¿Lo vas a hacer?
Él se encogió de hombros.
– Probablemente sí.
Danielle volvió a suspirar.

VI

– Es domingo, día de chicos- repite Colin, frunciendo el ceño mientras Edmund se encoge de hombros al otro lado del teléfono.
– No me apetece ésta semana- responde, cambiando el peso entre ambas piernas. El brazo que sujeta la barra del metro se le ha dormido y llegan hormigueos desde la punta de los dedos hasta el codo.
– ¡Edmund!- exclama— ¿Cómo se lo voy a explicar a…?
Pero Edmund ya ha dejado de escucharle.
– Ahora te llamo- dice, casi susurrando, y cuelga.
La ha visto, está allí, en el otro vagón.
Su corazón rompe a latir, irregularmente. Guarda el móvil en el bolsillo y atraviesa el camino que los separa. Ésta vez no puede salir corriendo, no. Están dentro de un tren entre dos estaciones.
Ella está con la cabeza gacha, moviendo los pies al ritmo de la música de su mp3. Pega un salto cuando una mano la agarra suavemente del antebrazo, y casi grita un improperio. En cambio pega un codazo en la dirección de dónde proviene la mano, y sonríe al oír un gemido. Su autodefensa ha sido efectiva.
– Oh.
Edmund se agarra la tripa con el brazo que tiene libre y se dobla sobre sí mismo, todo sin soltar el brazo de Danielle, que le mira desconcertada. Se quita los cascos.
– ¿Te…Conozco?- pregunta, enarcando las cejas mientras trata de liberarse. Su cara le resulta muy familiar… Sólo tarda unos segundos en descubrir por qué.
Mmm… ¡Sí! ¡El chico que le había parecido tan guapo el otro día!
Edmund se incorpora, y jadea. ¡Qué daño le ha hecho la muy bruta!
– Au…
Ella observa su antebrazo, aún sujeto y dice:
– ¿Por qué no me sueltas? No voy a escaparme.
Ella pone los ojos en blanco, y él suelta el brazo, teniendo la impresión de que ella volverá a salir huyendo. Pero no. Danielle no se mueve ni un centímetro, siente curiosidad. Le mira fijamente.
– Entonces… ¿Nos conocemos?- pregunta Edmund, cruzando los brazos sobre su abdomen dolorido. Sus cejas se alzan levemente, y ladea la cabeza sin darse cuenta.
– Creo que has sido tú el psicópata que ha venido y me ha agarrado del brazo como si la vida te fuese en ello… ¿No soy yo la que debería preguntar?
Edmund traga saliva.
– Ayer…- No se puede creer que tenga que explicarle que en realidad ella es la psicópata si no recuerda que le abrazó y luego salió corriendo. Y la que le acaba de dar un codazo bestial.
Danielle enarca las cejas.
– ¿Y bien?
– Bueno… Entonces no nos conocemos.
Si ella no desea mencionarlo, él tampoco. Se da la vuelta, casi seguro de que ella dirá algo. Parece la clase de persona que no se deja aturdir con facilidad.
– ¡Eh, Espera!
Edmund sonríe a medias y vuelve a girarse.
– ¿Sí?
– Siento haberte golpeado. Pensé que eras un violador.
– No te preocupes- dice Edmund, pero Danielle no ha acabado la frase:
– Ahora comprendo que sólo eres un chiflado inofensivo.
La sonrisa de Edmund se congela.
– ¿Chiflado?
Ella sonríe, intentando adivinar qué está pensando. En el fondo, está divertida.
– Sí, eso he dicho.
– ¿Chiflado?- vuelve a repetir él— No soy yo el que te abrazó y después salió corriendo. Sin decir nada.
Hace una mueca. Al fin tuvo que soltarlo. Dios mío, ¡Sí que le había molestado!
– ¿Perdón?
Es ahora Danielle la que se desconcierta. ¿Qué está diciendo?
– Yo no he…
– Sí, lo hiciste. Yo no soy ningún loco. Tú eres la que no recuerdas lo que haces.
Se miran fijamente, con el ceño fruncido y los ojos entornados. Aparentemente molestos. Pero segundos después, Danielle se echa a reír a carcajadas.
– Danielle Baicry— le tiende la mano, y él se la estrecha, confuso. Un calambre recorre su mano al tocarla, pero ella parece no notarlo.
– Edmund Fontaine.
Suelta su mano, y le mira fijamente. Aquellos ojos grises… Brillan de una forma extraña.
– ¿Edmund?- ella arruga los labios. ¿Qué? ¿Qué es?— No tienes cara de llamarte Edmund.
Él enarca las cejas.
– ¿Por qué no?
Se encoge de hombros.
– No lo sé.
Él respira hondo. Está hablando con ella, puede oír el sonido de su voz, y mirarla fijamente sin temor a que ella llame a la policía. Y es tan hermosa…
– Y Danielle… ¿En qué trabajas?
Quiere saber todo de ella.
– Soy enfermera. ¿Y Tú?
– Soy alumno de física. Pero mientras tanto trabajo en la biblioteca.
– Ah...
Edmund medio sonríe. Se les acaba la conversación. ¿Qué puede decir? En realidad no sabe si tienen algo en común, aparte de aquel metro en el que viajan los dos. Aunque sí que lo tienen. Bastante más que eso.
Pero ella se le adelanta. Aún persiste con el tema.
– Entonces se supone que ayer te abracé, ¿No?
Danielle sonríe, pensando:
« Si esta es su técnica para ligar… No le servirá de mucho ser tan absolutamente perfecto»
– No se supone. Lo hiciste.
– ¿Dónde, exactamente?
– En Rue Keufer al lado de Parc Kellerman.
Ella frunce los labios. Es verdad que pasó por esa calle ayer. Durante unos instantes siente miedo.
– ¿Me has estado espiando?- el miedo a dado paso a la indignación.
– Yo… ¿Qué? ¿Por qué habría de espiarte?
– Dímelo tú. Eres el psicópata, no yo.
Edmund inspira aire profundamente.
– Y dale con eso. Si no me hubieses abrazado sin motivo, yo no estaría aquí hablando contigo.
– Que yo no te he abrazado. Lo recordaría, ¿Sabes?
Él medio sonríe, y se encoge de hombros.
– Como quieras.
– ¿Entonces me das la razón?
– No. Es la primera cosa en la que no estamos de acuerdo.
Danielle mira el andén, frustrada.
– Y la última. Ésta es mi parada- gruñe.
A Edmund se le escapa una palabra.
– Tolbiac.
Ni siquiera necesita mirar al exterior para saberlo.
– Exacto.
El metro tarda unos segundos más en detenerse, mientras ambos se observan en silencio. Él se pregunta cómo debe despedirse, pero ella no. Simplemente dice mientras le señala con el dedo índice:
– Ni se te ocurra seguir espiándome.
Después se da la vuelta, y se abre paso entre la gente. Sonríe, mientras se coloca los cascos en las orejas de nuevo.
Y Edmund resopla, exasperado. Aquella conversación no ha sido exactamente como esperaba. Así es la vida, las expectativas nunca se acercan a la realidad.

V

El móvil vibra dos veces sobre la mesilla, y Danielle pega un salto en la cama.
Es un mensaje de Jacques.
« Eloise se ha ido, otra vez»
Danielle deja el libro de poesías que estaba leyendo, y se apoya en la almohada.
«La relación entre Jacques y Eloise es tortuosa», piensa.
Después suspira. Hace ya casi dos años que no tiene ninguna relación, el último chico con el que estuvo la convenció de olvidarse de los hombres durante una larga temporada. Pero ahora… Echa de menos el amor.
– Tonterías…- dice, y se levanta.
Va al comedor, coge el teléfono.
– ¿Diga?
– ¿Está Blanche por ahí?- responde Danielle.
La echa más en falta de lo que esperaba.
– Ah, Danielle. Un segundito…-tapa el auricular del teléfono para gritar— ¡Blanche! Es tu hermana…
La muchachita deja a un lado la muñeca con la que está jugando, y se dirige al teléfono con reticencia.
– ¡Hola Dani!
Sonríe ampliamente al oír la voz de su hermana pequeña.
– Hola chiquitina. ¿Qué tal lo estás pasando?
– Muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy bien.
– ¿Qué estás haciendo ahora?
Blanche se rasca la ceja antes de contestar.
– ¿Hablar contigo?
– No…
– Estaba jugando a las mamás…- interrumpe Blanche. Había entendido la pregunta de Danielle a la primera.
– Los peces te echan de menos.
– ¡Oh!- Blanche sonríe— ¿Están todos bien? ¡Dime que están todos bien!
– Claro.
Blanche suspira aliviada. Danielle frunce el ceño, y piensa.
« ¿Qué manía les ha dado a todos con que no soy capaz de cuidar bien a los peces!»
– Bueno, ¡Me voy a seguir jugando!
– ¡Espera!
Vano intento de no quedarse atrapada de nuevo en el silencio de su casa, pero Blanche le tira un beso y cuelga. Y Danielle vuelve a suspirar.
«Si me quedo aquí sola moriré de depresión», piensa, y marca otro número.
– ¿Mhí?
– ¿Jacques?
– Oh, Dmnhielle eres nhftú.
– Oye, ¿Estás bien?
Por su voz parece que se ha convertido en una masa de lágrimas y mocos.
Se suena la nariz antes de contestar.
– He tenido días mejores.
Su voz sigue sonando ronca y ahogada.
– ¿Te vienes a mi casa?- duda ella. Tal vez a Jacques sólo le apetece hundirse en un hoyo de sábanas y dormir hasta que pase un día o dos.
– Sí, por favor.
Ella respira hondo.
– Bien. ¿Te traes una peli del videoclub y la vemos?
– Sí.
– Nada de películas depresivas, y/o románticas.
– Hecho- dice Jacques, volviéndose a sonar. No cree poder sobrevivir a una película de esa índole.
– Hazme una llamada perdida cuando estés llegando, y pongo las palomitas en el microondas.
Cuelgan. Y ambos respiran aliviados. La soledad que les estaba invadiendo antes de aquella llamada, ahora se repliega. Temporalmente vencida.

IV

– ¿Ha estado Lucille aquí?
– ¿Quién?
– La amiga de Itzel.
– Ah, ¿Debería?
Colin sonríe, intentando adivinar si hay algún tipo de interés inherente en la pregunta de Edmund. Él hace una mueca.
– Estaría mucho más tranquilo si tu respuesta fuese negativa.
Colin se echa a reír.
– No, no ha estado aquí.
Edmund respira aliviado.
– Sin embargo, Itzel me ha dicho que ha preguntado por ti. Le causaste una gran impresión, ¿Eh?
Edmund pone los ojos en blanco.
– Eres un amargado.
– No lo soy.
– ¿Ah, no?
– ¡No! Pero no me gustan ese tipo de mujeres.
Colin se apoya sobre el respaldo con gesto pensativo.
– Yo le doy gracias al cielo todos los días porque existan ese tipo de mujeres- mira a Edmund, intenta adivinar qué se esconde tras esa máscara— ¿Qué es exactamente lo que te disgusta? Son mujeres sin tapujos, que saben lo que quieren y lo toman. ¿Cuál es el problema?
Edmund se aparta durante unos segundos del curso de sus pensamientos para pensar la pregunta.
– Supongo que prefiero la intriga de no saber qué va a pasar, de que no haya nada decidido.
– Eso es lo más estúpido que he oído hoy.
Edmund ríe, Colin se encoge de hombros.
– ¿Y qué has hecho?
Edmund se encoge de hombros. Lo único importante es que una chica desconocida le ha abrazado y después ha huido de él sin decir una palabra.
– Estuve en la playa, como te dije. Después fui a comer a un restaurante nuevo que está a dos manzanas de aquí, tendrías que probarlo. Seguramente a Itzel le...
Colin agita la mano, interrumpiendo la frase.
– Regla número noventaidós, no hay que abusar de las salidas a comer.
Edmund pone los ojos en blanco. Colin, y su terror al compromiso. Siempre igual.
– Me voy a la ducha.
Se levanta perezosamente, bajo la mirada atenta de su amigo, que permanece sentado en el sofá con los pies apoyados sobre la mesa.
– Y baja los pies que luego comemos ahí.
– Es mi lado de la mesa- dice Colin sin moverse ni un centímetro.
– Ya.
Edmund se marcha, no le importa si no ha conseguido que Colin mueva los pies. Tiene razón, si a él no le importa que su lado de la mesa huela a pies, allá él.

III

Llama a la puerta, temeroso. A la puerta de su propia casa.
La seguridad se ha ido desvaneciendo por el camino, ya sólo quedan los restos. ¿Serán suficientes?
Eloise abre la puerta, mirando con los ojos entrecerrados al muchacho que espera al otro lado del umbral.
– Ya vuelves, ¿Eh?
Está furiosa.
– Sí, ya vuelvo. Igual que tú hiciste, en realidad- sonríe, acaba de encontrar el paralelismo que le llevará a la victoria.
– ¿Cómo dices?- Eloise frunce los labios, mientras prepara su garganta para demostrar al mundo lo disgustada que está.
– Lo que estás oyendo. Tú te fuiste. Y ahora estás aquí, quiero saber por qué. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué volviste? ¿Por qué me haces esto?
Entra en la casa, señala a todos los objetos recolocados de nuevo en su lugar.
– ¿Qué es lo que quieres de mí, Eloise?
– No quiero nada, Jacques. Estoy cansada. Cansada, y me siento estúpida. Vengo aquí, y tú huyes. ¿Cómo he de tomarme eso?
Él respira profundamente, Eloise sólo ha respondido a una de sus preguntas.
– ¿Y lo demás?
– Cállate, Jacques. ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Qué es lo que quieres tú?
– ¿Lo que quiero yo?- él abre la boca, sorprendido, golpeado, confuso. ¿Cómo puede hacerle aquella pregunta?— Lo que quiero yo es saber por qué, por qué la chica con la que estaba decidió marcharse a Londres de la noche a la mañana, por qué ella vuelve a la semana como si nada hubiese pasado, ¿Por qué, Eloise?
– Y-yo…- ella balbucea, en realidad ni siquiera lo sabe— Sigo estando enfadada, ¿Sabes?
Autodefensa. Se defiende del aluvión de preguntas de Jacques de la única manera que sabe hacerlo; gritando.
– No me importa- duda al principio, pero al final se decide. No le importa en absoluto que ella esté enfadada, no mientras se niegue a responder a sus preguntas. No mientras sea egoísta.
– ¿Que no te importa?- estalla Eloise— ¿Que no te importa? ¿Es que acaso algo te importa?
« Tú, tal vez», piensa él.
Pero responde.
– Eso mismo me pregunto yo de ti. ¿Qué es lo que te importa, Eloise?
Ella aprieta los puños, encajando el golpe. La pregunta ha vuelto, y ella no sabe cómo responderla.
« ¿Qué es lo que me importa?», piensa.
– Me importa la seguridad- dice, temblorosa— La seguridad, nunca me has dado seguridad.
– ¿Cómo dices?
Pero Eloise no ha acabado de hablar, e ignora su pregunta.
– Tú, y Danielle. Siempre vosotros dos. ¿Qué hueco había para mí? ¿Dónde encajaba yo? No puedo sentirme segura cuando siempre habrá una chica más importante en tu vida.
Según lo dice, sabe que es verdad. Que siempre ha guardado ése pensamiento dentro de ella, pero no había dejado que éste aflorase hasta entonces.
– ¿Esto es todo por Danielle?- Jacques enarca las cejas, desconcertado. No esperaba aquella respuesta.
– Todo no, claro. Pero prácticamente.
– Pero yo nunca… Danielle y yo sólo somos amigos… Yo nunca te he dejado aparte- dice Jacques, intentando explicarse, intenta excusarse. Cómo si él tuviera la culpa de todo. Estúpido. Ahora se siente culpable.
– Eso no significa que yo dejara de sentirme excluida- ella ya no está enfadada, está… ¿Casi sorprendida?
¿De verdad aquella era la razón por la que se había marchado? ¿O una excusa para hacer que Jacques se sienta mal?
– ¿Entonces por qué volviste?
Ella se encoge de hombros. Sabe que Jacques lo aceptará como respuesta. El tonto de Jacques, el bueno de Jacques.
– ¿Y ahora qué?
Ella le observa unos segundos antes de repetir.
– ¿Ahora que, qué?
– ¿Qué debo esperarme ahora?
– No entiendo que quieres decir con eso…- miente. Claro que lo entiende, pero…
– Sí, que si he de esperarme que cada fin de semana vuelvas como el recuerdo de la navidad pasada, o puedo empezar a rehacer mi vida. Que si puedo quitar todas estas cosas y volver a guardarlas en el cajón, o debo recordarte. Que me expliques que es lo que tienes planeado exactamente.
– Mi vida no es un plan que puedas leer, Jacques.
Él resopla.
– ¿Entonces?
– Entonces no sé si volveré el fin de semana que viene. ¿Tú quieres que lo haga?
Es una pregunta tonta. Claro que quiere. Pero no quiere vivir de fin de semana en fin de semana, no puede permitir que su vida se reduzca a ello. No puede depender de los deseos de ella, ya no.
– Yo…
Ella le insta a responder.
– ¿Tú…?
– No creo en las relaciones a distancia.
Sonríe amargamente, sus labios humedecidos de tristeza. Ella se marchará, se acabó. Debe dejar de hacerse ilusiones.
– A mí tampoco me gustan los tríos, y aquí estoy.
– Estás siendo injusta.
– No, no es verdad.
Está siendo sincera. No puede continuar con él mientras Danielle siga existiendo en su vida.
– Sí. ¿Por qué metes a Danielle en esto? Te fuiste, dejándome una mísera nota. Ella no tiene nada que ver con eso.
– ¿No te das cuenta, idiota? Pensaba volver.
– ¿Cuándo, después de cinco días? Esta mañana me preguntaste qué hice esta semana. Intenté olvidarte, joder. ¿Qué haces otra vez aquí?
– ¿Lo conseguiste?
– No llamaste, no mandaste ni un solo mensaje. ¿Quieres que te diga lo que tiene que ver eso con Danielle? Nada.
– ¿Lo conseguiste?- repite ella con paciencia.
Él respira profundamente.
– No.
Y ella sonríe.
– Es exactamente lo que quería oír.
Le besa. Pero por esta vez, Jacques tiene cabeza. La aparta ligeramente.
– Esto no va a funcionar.
Ella abre los ojos, y aprieta los labios.
– ¿Por qué no?
– Estás en Londres, no creo en las relaciones a distancia.
Ella se encoge de hombros al decir:
– Vente conmigo.
Pero ya es demasiado tarde.
– No, toda mi vida está aquí.
– Faltaré yo- asegura Eloise, cruzándose de brazos.
Están muy cerca, cada uno puede sentir la respiración del otro.
– ¿Por qué nunca me hablaste de esa propuesta de trabajo?
Él necesita saberlo. De una vez por todas. Ella ríe suavemente.
– Porque no pensaba aceptarla.
– ¿Entonces? ¿Por qué la has aceptado?
– Supongo que quería darle un empujón a lo nuestro.
– Un empujón hacia el vacío, ¿No?- dice él, airado.
– No. Sólo quiero aclarar las cosas de una vez. Hace más de un año que vivimos juntos, hace casi dos años que somos pareja. ¿Pero qué hay de responsabilidad en nuestra relación? Nada.
– ¿Esto es una prueba?
– No. No lo es. Estoy en Londres de verdad. Pero te dejé una nota, y tú ni siquiera te molestarte en llamarme. Eso es porque te dio igual.
– No tienes ningún derecho a juzgarme- Jacques aprieta los puños, tratando de evitar que aquellas gotas saladas desborden sus ojos.
« Maldita sea, ¿Cómo se atreve a echarme en cara que no me importa?»
– ¿Por qué no?- ella sonríe, sabiéndose vencedora.
Pero esta conversación no es una guerra en la que se pueda ganar o perder, Jacques responde:
– Porque si yo te importara tampoco me habrías abandonado así.
Touchée.
« Estamos jugando a echarnos cosas en cara, pero eso no arregla nada», piensa Jacques.
Eloise hace una mueca.
– Claro, a eso se reduce todo. A echarme la culpa a mí. Yo siempre tengo la culpa.
Jacques abre la boca para replicar, pero ella hace un sonidito, poniendo la mano en su cara.
– Ya basta, no metas más la pata.
Él suspira.
– ¿Qué quieres de mí?- pregunta.
Ella le mira fijamente, duda durante unos segundos.
– Ha sido un error volver- le besa suavemente en la mejilla— siento haberte desconcertado.
Coge la maleta, depositada tras la puerta.
– ¿Te vas?- pregunta él, su estómago se encoge de un salto.
– Sí, iré a casa de Christine, no te preocupes. ¿Me llamarás algún día sólo para hablar?
Él se pone delante de la puerta.
– Por favor, no te vayas.
Es patético, pero el amor a veces también lo es.
– De verdad, Jay, es lo mejor.
Le hace a un lado con delicadeza, y tira de la maleta.
– Lo siento, de verdad- dice Eloise, dándose la vuelta un segundo.
– Yo también lo siento.
Eloise sube al ascensor, Jacques se apoya contra la puerta. Vacío. Otra vez vuelta a empezar.

II

No importa ya si Colin sigue con Itzel en casa, es igual si Lucille está también allí, Edmund está demasiado confuso como para darle importancia a una nimiedad como aquella.
¿Ella —la muchacha del metro—, le había abrazado? Sí. ¿Y después había salido corriendo? Sí. ¿Pero, por qué? Edmund no puede parar de pensar en ello. En ello, y en cómo será la voz de la joven. Y cómo se llamará, y como será su vida, tantos cómos… Y ninguna respuesta.
« Ha salido corriendo», se repite de nuevo, apretando los labios. Ella le ha abrazado y después ha salido corriendo.
Agita la cabeza, pero ella no va a salir tan fácilmente de sus pensamientos. La imagen de ella se aferra ya a él, poderosa, inquietante, encantadora. En una palabra, inolvidable.
– ¿Tío, qué te pasa?- pregunta Colin.
Acaba de llegar a casa, y Edmund estaba equivocado. Itzel ya hacía un buen rato que se había marchado.
– Nada.
Colin enarca una ceja, sabe que Edmund miente.
– ¿Es por Marine?
Aún no le ha contado nada de aquella llamada. Ni piensa hacerlo.
– ¿Por Marine?- Edmund se sorprende levemente— No, no es por ella.
Marine ha pasado a un segundo plano, no hay nada como una incógnita como para ocupar su mente.
– ¿Entonces?
Colin se estira, dejando al aire la parte baja de su abdomen, cubierto de arañazos.
– ¿Cómo te has hecho eso?- pregunta Edmund, en parte por curiosidad, en parte para dejar de hablar de él. Le incomoda aquel tema.
– Ya sabes, el ardor del amor…-dice Colin con voz profunda, encogiéndose de hombros.
– ¿Has dicho amor?- Edmund abre la boca— Iré a por el termómetro.
Colin se echa a reír.
– No es ésa clase de amor de la que hablo.
Edmund se detiene. Era demasiado bonito para ser cierto.
– Itzel debería cortarse las uñas- dictamina Edmund, arrugando los labios.
Piensa:
« ¡Será bruta! Pero a Colin parece no importarle… Es más, ¡espera!... ¡Parece gustarle! ¿Cómo está el mundo? Loco, eso es lo que está.»
Edmund se rinde. Allá ellos y sus locuras.

Capítulo 5: ¿Dónde estás?

Jacques despierta, y murmura:
– ¿Danielle?
Nadie contesta.
Se levanta, restregándose los ojos, acartonados por las lágrimas, y enciende la luz.
– ¿Danielle?
Silencio. Jacques está seguro ya, no hay nadie en casa.
Mira el teléfono móvil, encima de la mesilla de noche. Está apagado, seguramente Eloise le ha llamado alguna vez más.
No está Danielle para detenerle, da la vuelta a la cama, lo enciende. Mira la pantalla mientras el teléfono vuelve a recuperarse y toma cobertura. Vibra. Un mensaje, dos, tres, cuatro, ¡Cinco! Jacques empieza por el primero.
“Jacques, ¿A dónde has ido? No me has dicho que salías, ¿Has ido a buscar la comida? Contesta.”
El segundo: Siete llamadas perdidas de Eloise.
El tercero: “Ah, no contestas, y encima tienes el móvil apagado… Muy bonito ¿eh? ¿Te parece normal? Te estoy esperando.”
El cuarto: cuatro llamadas perdidas de Eloise.
El quinto: Eres un estúpido, Jacques. ¿Te acuestas conmigo, y luego te piras? ¿Cómo te atreves aprovecharte así de mí?
La cara de él va empeorando con cada mensaje, y en el último ya alcanza la de máximo gilipollas. Sí, pero gilipollas por no haberla parado los pies. Por haber sido débil, por haber pensado que tal vez ella cambiaría de idea después. Pero no, nada más acabar ella dijo:
“Bueno, voy a darme una duchita. Salgo mañana a las seis”
Y todo con una sonrisa. ¿De verdad ella no se daba cuenta de que hacía daño? ¿O le daba igual?
Jacques va a la cocina, coge el rotulador de la pizarra Villeda que hay colgada en la nevera.
“Danielle, vuelvo a casa. Luego, si consigo sobrevivir a la tormenta, te llamo”
Pero no será necesario aquel mensaje, justo cuando acaba de escribirlo escucha el giro de la llave en el interior de la cerradura.
– ¿Jacques?
El joven borra con la palma de la mano las palabras que acaba de escribir y se dirige a la entrada.
– Estoy aquí- contesta, y mira con abatimiento a Danielle.
Ella ya imagina que ha llegado tarde.
– Lo has encendido, ¿Verdad?
Él asiente.
– ¿Qué te ha dicho?
– No importa- dice él. Sólo con pensar en repetir aquellas palabras se le revuelve el estómago— Voy a hacer lo que debí hacer hace tiempo.
Danielle cubre la puerta, frunciendo el ceño.
– Que es exactamente…
– Entender las cosas. Eloise me va a explicar de una vez…
– Eloise no te va a explicar nada, Jacques- Danielle siente ser tan dura, pero es la verdad pura y dura— Ella te gritará por haberte marchado, y minutos después se le habrá pasado. Eso es todo.
– Ésta vez me lo explicará.
Danielle se encoge de hombros, pero Jacques la mira, suplicante.
– Necesito oírtelo decir, por favor.
– Eloise te va a explicar lo que tú le pidas que te explique- dice Danielle a regañadientes. Si no sucede así, al menos no habrá sido pájaro de mal agüero.
– Gracias.
Casi llega a sonreír, pero se detiene antes.
– Voy a hacerlo antes de que cambie de opinión.
Abre la puerta, y la atraviesa a la carrera.
– Buena suerte- grita Danielle, y él levanta el dedo gordo en respuesta, sin parar ni mirar atrás.
Cuando él desaparece de su vista, suspira. No cree que todo vaya a salir tan bien como ha fingido.