sábado, 13 de marzo de 2010

II

II
Martes, 7:35.
Edmund está en el metro, espera a que llegue su parada. Está inquieto. Mira a ambos lados, cómo si esperase algo. Está menos dormido que de costumbre, y tal vez busca a la chica de ayer, o tal vez no. Tan sólo sabe que acaba de llegar a Tolbiac, donde no se sube nadie. Ni una sola persona.

Martes, 14:00.
Edmund sale de la biblioteca. Camina por la calle aburrido, cansado. Harto de estar todos los días igual, de la rutina, de aquella mano invisible que mueve el mundo obligándole a repetir el ciclo una y otra vez. Además está ella… Marine. Se niega a salir de sus pensamientos.
¿Ha hecho lo correcto? ¿Está siendo sincero consigo mismo? Una parte de él dice que sí. La otra parte… La otra parte no puede decir nada. No sabe nada.
– Eh, eh. ¡Espera!- una chica corre hacia él, con algo en la mano.
Edmund se gira.
– ¿Qué pasa?- pregunta alarmado.
– Se te ha caído esto.
Ella le tiende un sobre blanco, jadeando por la carrera. Edmund responde:
– Lo siento, no es mío.
Observa la mano de la muchacha durante unos segundos, indeciso. ¿Qué debe hacer ahora, darse la vuelta y seguir andando?
– No, de veras. Es tuyo, he visto como se te caía.
Ella parece muy segura de lo que dice. Él alarga la mano, y agarra el sobre.
– Bueno, pues gracias- se encoge de hombros, mirando el sobre por ambos lados. Sigue pensando que no le pertenece, y quizás así es.
– De nada- ella sonríe, aún resoplando. Es una muchacha bajita y joven, con gafas cuadradas y cabello largo y pelirrojo.
Ahora sí, Edmund continúa andando. Mira el sobre por ambos lados, antes de decidirse a abrirlo.
« ¿De verdad se me ha caído esto?», piensa.
Pero la intriga puede con él, lo abre. Lo único que hay dentro del sobre es un folio con un corazón dibujado en el centro. Lo vuelve a guardar, completamente seguro de que aquella muchacha le ha tomado el pelo. Pero puede que no lo haya hecho.

Martes, 10:30.
Las cosquillas comienzan por la nariz y ascienden hasta los ojos y las cejas, rozando la piel de Danielle con suavidad. Despertándola cuidadosamente.
– Cinco minutitos más- pide ella, girándose completamente en la cama. Arruga los labios y el ceño, y se rasca el entrecejo. Jacques se echa a reír, y ella abre un ojo ligeramente.
– ¡Dios mío!- exclama. Acaba de ver la hora que es.
– Buenos días, bella durmiente- Jacques estira los brazos. Ha elegido precisamente aquella frase, aunque ni él es un príncipe, ni ella una princesa de cuento. No necesitan serlo.
Ella ignora el comentario, y dice:
– Blanche va a llegar tardísimo, ¡Qué horror, nos hemos dormido!
Él agita la cabeza negativamente.
– Lleva dos horas en el cole- dice Jacques encogiéndose de hombros, y volviéndose a tumbar.
– ¿Ah, sí?
Danielle se relaja, y mientras bosteza, pregunta.
– ¿Qué tal estás?
Él tarda unos segundos en responder, probablemente tratando de analizar cómo se siente exactamente.
– Bien. Creo que estoy mejor.
Sonríe, probando sus labios; la cosa va bien, no es una sonrisa forzada. Ladea la cabeza, ella le devuelve la sonrisa. Vuelve a mirar el reloj, y gruñe.
– Oh, ¿De verdad te tienes que ir ya?
Jacques asiente. En verdad, ya llega tarde. Pero se siente tan a gusto… Mucho mejor de lo que se sentirá cuando salga a la calle y regrese a la realidad.

Martes, 14:30.
– Vamos, vamos- insiste Blanche, tirando de la mano de su hermana, con urgencia. La ha arrastrado por toda el camino, vienen del colegio, y Blanche está hambrienta— me comería un mamut, pero están extinguidos.
Es una de las frases más usadas de su amigo Alexander Lauvergne, un niño de pequeña estatura y gordito, uno de sus inseparables.
– Frena- pide Danielle, parando en seco— voy a coger el correo.
Ha tenido un presentimiento.
– ¿Pero qué dices? ¿Por qué?
Blanche hace una mueca. Después se encoge de hombros, suelta la mano de su hermana, y corre hacia el interior, esquivando una esquina en el último momento.
– Yo voy llamando al ascensor, ¡Date prisa!
Danielle abre el buzón, y separa todas las facturas de un sobre en blanco. Sin saber por qué ha buscado directamente aquel. Como si supiera que estaba allí. Aunque los presentimientos son así, vienen y no te explican un por qué.
Lo mira por ambos lados, buscando alguna seña, pero no hay nada. Lo abre. En el interior, hay un folio de papel reciclado con dos corazones dibujados, uno al lado del otro.
– ¿Qué…?- se pregunta durante un instante, después obtiene su respuesta.
– ¡Danielle! ¿Vienes o qué?
Ella sonríe, guardando la hoja de nuevo y metiendo los bordes hacia dentro. Llega a la puerta del ascensor, donde su hermana la espera con cara de fastidio.
– ¿Qué? ¿Muchas facturas?
– ¡Tengo algo para ti!
Le agita el sobre ante sus ojos, divertida.
– ¿Qué es eso?- pregunta Blanche.
Danielle no puede aguantar más, y exclama:
– ¡Tienes un admirador secreto!
Y corre escaleras arriba, con el sobre en la mano. El ascensor queda abandonado, Blanche no duda ni un instante en perseguirla. Y la alcanza; la juventud da la velocidad.

viernes, 12 de marzo de 2010

Capítulo 3. Ellos.

El maldito despertador suena a las seis y media, como todos los días. Jacques se agita en la cama, refunfuñando, y Danielle estira la mano para apagarlo, palpando cuidadosamente todos los objetos de la mesilla.
– Ya está, ya está- dice ella, mientras él continua soltando una retahíla de insultos acerca del tiempo, de la madre que lo ha parido, y del inventor de los relojes.
Danielle le abraza desde detrás, y afirma.
– Tenemos aún media hora más para dormir.
Y él se calla. No les cuesta demasiado volver a dormirse, ni siquiera son conscientes de que Blanche también se ha despertado, y se hace un hueco en su cama. No es hasta media hora más tarde que vuelve a sonar el despertador.
– ¿Qué hora es?- pregunta Jacques, bostezando. Ésta vez está un poco más despierto.
– Son las siete- dice una vocecilla detrás de él, y se sobresalta.
Aún no se había dado cuenta de que Blanche se ha tumbado a su lado.
– ¡Blanquita!, que susto me has dado.
Ella ríe, expandiéndose en la cama. Radiante.
– Buenos días.
Danielle aún no ha escuchado el despertador por segunda vez.
– Sh…-acalla Jacques a Blanche, señalando a su hermana— vamos a desayunar.
Apaga el despertador definitivamente, y acompaña a la pequeña hasta la cocina, cerrando la puerta para que Danielle no se despierte.
– Hoy no trabaja, ¿Verdad?- pregunta Jacques.
– No- responde ella, bostezando como un leoncito recién despertado. Sus cabellos de un color rubio oscuro están abombados y tal vez se asemejan en algo a la melena de un león.
– ¿Viene a buscarte Mathias Legrange?
– Sí.
Mathias es el padre de Nicolette Legrange, una de las mejores amigas de Blanche.
– Genial. ¿A qué hora viene?
– A las siete y media. Entramos a las ocho.
Mientras hablan, Blanche se preparaba el colacao, y se come un croissant vorazmente. Está feliz de que Jacques le esté dedicando su atención a ella, sólo a ella.
– Venga, ve a vestirte. ¡Vas a llegar tarde!- Blanche sale corriendo, y Jacques sonríe. Le recuerda un poco a Danielle cuando era pequeña, a pesar de que ambas son muy distintas. Remueve el café, y le da un sorbo.
« Puaj… Odio el café por la mañana», piensa, y se bebe de un trago todo lo que le quedaba.
– Ya estoy- Blanche aparece peinada, vestida, y con la mochila al hombro. Está lista, y en un tiempo récord.
– ¿Quieres que te acompañe?- pregunta él, dubitativo.
Blanche le mira durante un instante, pensando en lo divertido que sería que le despidiese con la mano mientras ella se iba en el coche con Nico. Pero finalmente dice:
– No, me las apaño sola.
Se pone de puntillas, esperando un beso de despedida. Jacques la complace, y antes de salir por la puerta pide:
– Cuando se despierte Danielle, dile que hoy venga a buscarme. No tiene excusa para no hacerlo. ¡Ah, y que le dé de comer a los peces!
Después se dirige hacia el ascensor pegando saltos. Alegre, feliz, sin preocupaciones. Como la niña que aún es.
Jacques cierra la puerta, y bosteza. Aún está adormilado, y él no entra en la pastelería hasta las once. Regresa a la cama, y se tumba abrazando a Danielle, que se ha encogido, recogiendo las piernas con sus brazos.
Ella se estira al percibir que había recuperado el calor del cuerpo de Jacques a su lado. Y extrañamente, sonríe.

lunes, 8 de marzo de 2010

V

V
Suena el teléfono. Eran las 23:15. A aquella hora, ¿Quién podía ser?
– Debe de ser tu madre, hoy no te había llamado aún- dice Colin, apoyando aún más los pies en la silla— Para mí no es, eso seguro.
Se niega a levantar su precioso culo del asiento.
– Vale, vale. Ya voy yo.
Edmund se levanta, y camina estirándose hasta el auricular.
– ¿Diga?
– Hola cielo. ¿Cómo te ha ido el día?
Aquella voz, la voz de la mujer que le había traído al mundo.
– Hola, mamá. Estoy bien. ¿Tú qué tal?
Está medio dormido, únicamente desea colgar.
– Bien. Tu padre sigue tan gruñón como siempre. La jubilación no le sienta bien.
Él medio sonríe. Su padre ya era gruñón cuando trabajaba. En realidad, no había cambiado.
– Mamá…
– Está bien- dice ella— mañana hablamos.
Le lanza un beso al auricular, y dice todo aquel repertorio de cosas que suelen decir las madres. Edmund suelta un repertorio de síes en respuesta, y después cuelga.
– Tenías razón, era mi madre. Acaba de verla tú, yo me voy a dormir.
Deja a Colin en el sofá viendo una película que ya está a medias, y se mete en la cama. Étoile le observa desde la oscuridad, pero él ni lo ve, ni le importa. Está machacado.
El teléfono vuelve a sonar cuando Edmund ya está en el séptimo sueño. Si alguna parte de él lo oye, decide no despertarse. Colin tuvo que levantase aquella vez.
– ¿Sí?
– Soy Marine, ¿Puedes pasarme con Edmund?- añade un «por favor» de última hora a la frase antes de que Colin conteste.
– Está dormido.
Marine arruga los morros al otro lado de la línea.
– Ya, claro. Dormido. Lo que pasa es que no se quiere poner.
Colin finge golpearse con el auricular, fastidiado. No soporta a aquella chica.
– No, de verdad, Marine. Se ha ido a la cama- intenta ser amable.
– Está bien. Dile de mi parte que en mi vida también hay otro. Y que me reafirmo, no quiero saber nada más de él.
El joven alza las cejas, prácticamente seguro de que mañana se le «olvidará» contarle aquello a Edmund. Marine está siendo patética.
– Vale, ¿Algo más?
Esperaba que ella contestase que no, y se acabase la conversación.
– Sí, ¿Tú sabes quién es ella?
– ¿Quién?
– Vamos, no te hagas el tonto. La chica con la que Edmund me engañaba.
Colin abre los ojos, sorprendido. Edmund no le había contado esa parte.
– No lo sé.
Se está preguntando si era una mentira de Edmund, o era verdad. Él no le ha visto con ninguna otra mujer que no fuese Marine. Desgraciadamente, a su parecer.
– Sí lo sabes- grita ella, al borde de un ataque de celos. Ella no ha estado con otra persona, pero necesita hacer daño. Necesita devolver el golpe. No es consciente de que no tenía ningún sentido. Está siendo irracional.
– Marine, tranquilízate. No sé de qué me estás hablando. Si vuelves a chillar, te cuelgo. Yo no soy Edmund.
Definitivamente le cae mal, fatal. Ella respira hondo al otro lado.
– Bueno, solo dile eso a Edmund, ¿Quieres?
– Sí, lo haré. Adiós- está mintiendo, no tiene ninguna intención de hacerlo.
Cuelga el teléfono, y se tira de nuevo al sofá.
«Me das lástima, Marine», piensa mientras da al «play» y sigue viendo la película.

IV

IV
Blanche se ha ido a la cama, por fin Jacques y Danielle pueden conversar sin problemas, sin que Blanche desee a cada momento captar la atención de Jacques. Y sobre todo, el joven puede contarle a su mejor amiga qué estaban «celebrando» exactamente.
– ¿Y bien?- pregunta Danielle observando cómo Jacques mira fijamente a la televisión apagada.
– Eloise se ha ido.
Danielle se echa hacia delante, observando cada uno de los rasgos del joven. Aquello no es una buena noticia, no es algo que celebrar.
– ¿Qué ha pasado?
– ¿Recuerdas que te dije que había recibido una propuesta de trabajo para ir a Londres?
Asiente. Aquella propuesta de la que Jacques no debería saber nada, aquella de la que Eloise nunca le había hablado.
– Pues la ha aceptado. Se ha marchado.
– ¿Así, sin más?
Jacques agita la cabeza en negación, rebuscando en su bolsillo. Al fin lo encuentra.
– No, me ha dejado esto.
Saca una nota, medio folio muy manoseado, leído una y otra vez por un muchacho desorientado, enamorado. Sorprendido de la peor manera, con el corazón roto.
Ella coge el papel, insegura. No sabe si él quiere que lo lea o no. Pero le da permiso con una mirada.
«Jay, yo… Vaya, no sé cómo decir esto, pero… ¡Me voy a Londres! Tal vez todo esto sea muy repentino, ¿Te lo esperabas? Imagino que no. Lo he pasado muy bien contigo, eres un encanto. Espero que todo te vaya bien, un beso. Eloise»
Danielle lo lee, y no da crédito.
– ¿Cómo puede ser?
Eloise, la mujer que le gritaba cuando llegaba tarde a casa, la mujer que ha sentido celos de Danielle por un simple abrazo, la que le ha controlado la vida… Y se va así, lo he pasado muy bien, adiós. El mundo está loco.
Jacques se muerde los labios por dentro. Está dolido, desconcertado, perdido. Sabía que existía aquella propuesta de trabajo, lo había descubierto bastante tiempo atrás. Pero en ningún momento había pensado que ella iba a abandonarle, que ella se marcharía así de su vida. Sin ni siquiera preguntarle si quería acompañarla.
– Anda, ven aquí.
Danielle le atrae hasta sus brazos, y le abraza cuidadosamente. Escucha como él respira profundamente, sabe que intenta por todos los medios no llorar. Igual que cuando eran niños.
– I will never let you fall, I’ll stand up with you forever…- canta ella.
Su canción, la canción que cantan siempre que algo estaba mal.
– I’ll be there for you through it all, even if saving you sends me to heaven- sigue él, con voz ronca. Riendo, llorando. Todo a la vez.
– Un momento- dice ella, abrazada aún a él— ¡Esto no es una celebración!
La voz de Jacques sale tenue, profusa.
– No. No es una celebración.
Y siguen cantando. Supongo que cada uno supera los problemas de una forma. ¿Por qué no soltando un par de gallos al aire?
Blanche les escucha desde su habitación, y sonríe. No será difícil coger el sueño aquella noche.

III

III
La noche ha caído y las farolas están ya encendidas cuando Edmund regresa a casa. Se siente confuso, y le duele la cabeza. Mucho. Es difícil no caer en la tentación de creer que puede funcionar, o mucho más complicado; no creer que puede intentarlo de nuevo.
« ¿Y si vuelvo a llamarla? Tal vez aún tenga solución. Pero… No, no debo hacerlo»
Enciende la luz del pasillo, y gira la llave, que da media vuelta antes de abrirse. Pero la casa está a oscuras, no parece que haya nadie dentro.
– ¿Hola?- pregunta más que saluda, recordando casi con seguridad que él había cerrado con llave la puerta antes de irse.
Pero nadie responde, ni siquiera Étoile sale en su búsqueda.
Se encoge de hombros, y se dirige directamente a su cuarto, despojándose del abrigo por el camino. El frío ha llegado con la noche, y la lluvia ha agarrotado la mayor parte de su cuerpo. Está cansado, tanto física como psicológicamente.
Enciende la luz, y en aquel instante está tan ocupado dándole vueltas a la ruptura con Marine que saluda con naturalidad a la mujer que hay en su cama. Como si eso fuera normal. Como si la conociese de algo.
La joven, una muchacha castaña de ojos verdes, se estira y se sienta en la cama. Devuelve el saludo, mientras el edredón resbala por su cuerpo, dejando a la vista su ropa interior de encaje.
– ¿Pero…?
Edmund acababa de cobrar consciencia de lo que está sucediendo. Ella ríe, divertida por la cara de sorpresa que ha conseguido dibujar en el rostro del muchacho.
– ¿Quién eres?- pregunta. Nunca la había visto antes.
– Mi nombre es Lucille, he venido con Colin…- explica ella, mordiéndose el labio.
– Ah- responde él. Aún está demasiado desconcertado como para comprender nada.
Ella vuelve a sonreír, saliendo de la cama y sentándose al borde. Sus únicas prendas; un sujetador y unas braguitas negras.
– ¿Y dónde está él?- pregunta Edmund, omitiendo la pregunta que realmente desea hacer:
« ¿Qué demonios haces en mi cama?»
– Está con mi amiga, Itzel- responde ella, como si con aquella frase lo explicase todo, incluso por qué estaba en ropa interior dentro de la cama del muchacho. Juega haciendo círculos en la cama con el dedo, mientras mira a Edmund bajo las pestañas— ¡Oye! Colin tenía razón…
Ríe. Edmund la mira a los ojos, que aunque le habían parecido verdes al principio son de un color pardo aceitunado. No puede evitar que se le vaya la vista en un par de ocasiones. La joven si se da cuenta no hace ningún intento de cubrirse.
– ¿En qué?
Ella le estudia con la mirada varias veces, para finalmente responder.
– No importa. Dejémoslo en que tiene razón.
Se levanta, y no es muy difícil que Edmund imagine sus intenciones.
«Una desconocida recién salida de mi cama en ropa interior intenta seducirme. Esto es surrealista», piensa, y ella se acerca, con una sonrisa de oreja a oreja iluminando su rostro.
– Tu cama es muy cómoda, aunque solo la haya usado para dormir…
Solamente le faltaba añadir el «aún». Quería utilizar aquella cama para algo más que para dormir. Él la observa, preguntándose qué debe hacer.
« Si le permitiera acercarse un poco más… Quizás… ¿Si lo hiciera sería como si no hubiese mentido a Marine?»
Edmund odiaba las mentiras.
« Pero qué estás diciendo», se contesta, aún a tiempo.
Da un paso hacia atrás, y Lucille se detiene.
– Entiendo. No te gusto, ¿Verdad?
Ahora llega el turno de que Edmund la estudie con la mirada.
« ¿Qué haces?», se pregunta, apartando la mirada. Ella es muy atractiva. Demasiado, tal vez.
– Ése no es el problema.
– ¿Entonces?
– Entonces nada.
Ella se muerde el labio, y después se encoge de hombros.
– Bueno… ¿Podemos charlar un rato mientras tu amigo acaba con mi amiga?- pregunta, sentándose de nuevo en la cama. Aún rendida, su mirada continua siendo intensa. O eso piensa él, ella no se ha dado por vencida. Ni mucho menos.
Edmund se ruboriza inconscientemente. Que se hubiese negado a que aquello llegase más lejos no significaba que tuviese el suficiente autocontrol como para estar sentado en su cama, simplemente hablando con una joven hermosa en paños menores.
– Mi pijama está debajo de la almohada. Ya que has dormido en mi cama, ¿Por qué no te lo pones?- pregunta, tratando de disimular su nerviosismo.
Hace bien en ocultarlo, pues ella busca cualquier brecha a través de la cual llegar hasta él.
– Bueno, la verdad es que… Sí, por qué no.
Saca el pijama sensualmente, poniéndose a cuatro patas para rebuscar debajo de la almohada. Edmund mira hacia otro lado, y piensa.
«Colin, definitivamente vas a morir»
– ¡Le tengo!- exclama Lucille, y se lo pone lentamente, como si cada uno de sus movimientos estuviera premeditado, y tuviese como objetivo hacer cambiar de opinión al joven.
Edmund respira hondo, mirando hacia otro lado a pesar de que sus ojos decían:
« Alégrate la vista, hombre. Mirar es gratis» Pero claro, que iban a decir ellos, que no tenían ningún motivo para estar de acuerdo con la razón.
– Ya está, puedes volver a mirar- dice ella, ¡Como si Edmund hubiera dejado de mirarla para darle intimidad! Lo que necesitaba era calmar aquella parte de él que no era racional, aquella parte que se encontraba bastantes centímetros más abajo que su cabeza.
«Venga, ya está», se dice, pero bajo el pijama aún sigue imaginando aquel sutil sujetador negro que oculta unos pechos redondos y bien formados.
– ¿Piensas quedarte ahí parado?- pregunta ella, acomodándose en la cama. Actúa como si aquel fuera su cuarto en vez del de él. Cómo si él fuese el invitado.
– No, claro que no- asegura él una vez estuvo seguro de que sería capaz de controlar sus instintos.
«Tan sólo es una conversación»
Se tumba a su lado, y la observa con desconfianza. Es incapaz de fiarse de una mujer que sin conocerle en absoluto aparece en su cama en ropa interior.
– ¿Quieres saber en qué tenía razón Colin?
– Vale- responde él, aunque temía la respuesta.
– Me dijo que no me arrepentiría de venir, que tú eras muy guapo- sonríe, pasando la lengua por su labio inferior.
Piensa:
« Con un poco de suerte me estará arrancando su pijama a mordiscos en pocos momentos»
Pero no es aquello precisamente lo que está planeando Edmund en aquel instante. Planea en como matar a Colin de la manera más dolorosa y lenta posible.
– Vaya, gracias- responde él. Lucille agarra uno de los mechones castaños de su pelo completamente liso, y después dice:
– No era para hacerte un cumplido, simplemente decía la verdad.
Está buscando la manera de conseguir que él reaccione. Edmund en cambio está tratando de dejar su mente en blanco. Encuentra una manera de hacerlo.
– Hoy lo he dejado con mi novia.
Lucille se alza sobre un brazo, observándolo desde más alto.
– ¿Ah sí? Entonces estás soltero- sonríe. No se da por vencida.
– No es tan fácil- contesta Edmund, viendo que ella ha encontrado su propio camino para poner la conversación a su favor.
– ¿Ah, no? ¿Por qué?
– Yo la quería.
– Pero ya no estás con ella. Un clavo saca otro clavo.
– No creo en ese dicho.
– ¿Por qué no?
Edmund comienza a cansarse. Demasiada insistencia. En realidad, que se estuviese dando aquella situación no tenía ningún sentido.
– Porque no.
– Bueno…- tan sólo se da temporalmente por vencida— ¿Hay ya otra chica?
– No.
– Yo sería solo un lío de una noche. No quiero nada serio contigo.
Se le acaba la paciencia.
– Ya, pero para eso deberíamos querer los dos. No es el caso, lo siento.
– Oh.
Ella aprieta los labios, en parte frustrada, en parte sorprendida. Parece que no va a lograr salirse con la suya. Se hace un silencio tenso, que ella misma rompe segundos después.
– Bueno, no importa. ¿Qué tal si hablamos de otra cosa?
Su dignidad está gravemente dañada, pero no iba a permitir que él lo supiese. Es demasiado orgullosa para eso.
– ¿De qué?- pregunta él, suponiendo que el próximo tema que ella propondría sería “el kamasutra”, o “las películas X”.
– ¿Trabajas?
– Sí, soy bibliotecario. Estudio física también.
– Eso suena muy bien- dice ella, sonriendo de nuevo.
Se recupera rápido. Ya que no podía convencerle, ha decidido tomar otro camino un poquito más largo.
– ¿Y tú?- pregunta él.
– Ahora trabajo como modelo en una revista de ropa interior, aunque sólo es algo temporal. Ahora que lo digo, este conjunto…- hace un ademán de levantarse la camiseta del pijama, pero Edmund la detiene.
– Creo que ya lo he visto lo suficiente.
Ella sonríe. Piensa que si se ha fijado en su ropa interior tal vez tiene más posibilidades de lo que ha conjeturado así a priori. Desde luego no es pesimista, eso es evidente.
– Vale. En realidad, quiero estudiar periodismo.
– Interesante.
« Sí todo lo aborda con ese ahínco, se le dará bien», piensa él.
– Tú también eres muy interesante- sonríe, y se deja caer de nuevo en la cama, más cerca de él— ¿Quieres saber qué he soñado antes de que llegaras?
Edmund no quiere saberlo. Debería estar durmiendo en aquel instante, y sin embargo está conversando con una mujer que no le interesa. Bueno, tal vez una pelín.
– No me fio de tus sueños- responde, y ella se echa a reír. Aquella risa tiene algo de seductora. En verdad, todo en ella es tentador. Es como una viuda negra, pretende comérsele con patatas.
Pero ella no sabía que llegaba la salvación de Edmund, bastantes minutos más tarde de lo que debía haber llegado.
– ¿Lucille?- la voz de su amiga, la tal Itzel, se escucha al otro lado de la puerta cerrada.
– Puedes pasar- dice ella, otra vez actuando como anfitriona.
Edmund se levanta de un salto, antes de que la muchacha abra la puerta. No quiere dar lugar a confusiones de ningún tipo.
Abre la puerta una joven de cabellos oscuros y cortos, envuelta en un vestido de color azul celeste. Sus ojos son del mismo color, y los labios son rosados, como un caramelo de frambuesa.
– ¿Tú eres Edmund?- sonríe, y el joven teme que Itzel fuese igual que su amiga. Dos leonas unidas para comerse a un pobre corderillo.
– Sí, ¿Itzel?
No sabe si debía decir que Colin le había hablado mucho de ella. En realidad, hasta aquella misma tarde no la había mencionado.
– Sí, soy yo. Encantada- se acerca y le da dos besos en las mejillas— Colin me ha hablado mucho de ti.
Finalmente es ella quién se le había adelantado. Itzel mira por primera vez a su amiga, y con los ojos muy abiertos dice:
– Eh, ¿Estás en pijama?
– Sí, creo- contesta Lucille, poniendo los ojos en blanco. ¿No era obvio?
– Vístete. Nos vamos.
Edmund la mira durante unos instantes, agradecido. No es que menospreciara su capacidad de autocontrol, pero habían sido demasiadas emociones para un solo día. Y teniendo en cuenta, que al fin y al cabo, es un hombre y tiene sus necesidades, no podría aguantar mucho más aquella situación. Sobre todo, porque no la despreciaba porque no le atrajera. Sino porque no era lo que él deseaba. ¿Un rollo de una noche? Si algo ha aprendido en sus 26 años de vida, es que el amor es más importante que el sexo. Pero una parte de él… Una parte situada entre los muslos, no opinaba lo mismo. Y ésa porción podía ser muy persuasiva.

Ellas salen por la puerta, y Edmund suspira aliviado, cerrando tras de sí. No entiende por qué debe estar tan agobiado, pero lo está. Acaba de ser por primera vez, un hombre-objeto.
– ¿Colin?- le busca en el comedor, en la cocina, y al fin escucha el agua de la ducha correr.
Étoile, dormida tras las cortinas de la cocina maúlla, y decide unirse a él, mientras él grita.
– ¡Colin!
El muchacho, al otro lado, lo escucha y responde:
– ¿Cuándo has llegado, Edmund? ¿Has llegado a conocer a mi nueva chica… y a su amiga?
– ¿Qué si las he conocido? Me he encontrado a una mujer en bragas en mi cama. ¿Te parece ése suficiente conocimiento?
– ¿Qué? No te oigo. Cuando salga hablamos- dice Colin, mientras alarga aquella plácida ducha después de una tarde placentera. Muy placentera. Más que muchas otras.
«Sí, porque me vas a oír, de eso puedes estar seguro», piensa Edmund, yendo hacia el comedor, y sentándose en el sofá. Étoile le sigue, con la cola levantada, como si a ella también la hubiesen agraviado.

– Bueno, ¿Entonces qué decías?- pregunta Colin, apareciendo en el salón con una toalla atada a la cintura, revolviéndose con una mano el cabello rubio y lacio, quizás un poco largo de más.
– Que la próxima vez que te traigas a una chica a casa, dejes a su amiga fuera.
Colin abre mucho los ojos, desconcertado por la acritud con la que habla su amigo.
– ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Su cara, ligeramente angulosa pero proporcionada, y sus ojos, oscuros y penetrantes, muestran un leve destello de preocupación. No es lo que se dice «guapísimo», pero hay algo en él, algo indescriptible que lo hace atractivo.
– Me la he encontrado en mi cama casi desnuda. ¿Te parece poco?
Colin suelta una carcajada.
– ¡Vaya con la amiguita!- sonríe, atento a algún pensamiento que solo él conocía— ¡Qué suerte tienes, cabrón!
– ¿Suerte? ¿Me ves a mí con cara de darte las gracias?- frunce el ceño.
– La verdad es que no, tienes una cara de amargado total. Tío, relájate un poquito.
– ¿Qué me relaje? He cortado con Marine definitivamente, y lo primero que me encuentro al llegar a casa es una tía en mi cama. ¿Te parece normal?
Colin sonríe bobamente, seguramente pensando que a él no le importaría en absoluto encontrarse a una mujer en su cama cada vez que llegara a casa.
Pero no dice nada de eso, simplemente se limita a preguntar:
– ¿De veras cortaste con Marine? ¿Para siempre?
– Sí- responde Edmund, haciendo una mueca de dolor. Aún había una parte de él que no se había hecho del todo a la idea.
– ¿Tú o ella?
– ¿Cómo dices?
– ¿Quién cortó?
– Yo.
Colin agita la cabeza. No entra en su comprensión que Edmund esté triste por algo que él mismo ha querido terminar.
– ¿Pues sabes qué? Me alegro. Nunca le caí bien, me ha odiado desde siempre por dejar los calcetines tirados por toda la casa. ¿Te parece a ti eso algo tan horrible?
Edmund casi sonríe. Colin es sin lugar a dudas un completo desastre.
– Bueno. La próxima vez que vayas a traer a alguien, avísame.
Colin asiente con la cabeza.
– ¿Entonces no te ha gustado la amiga de Itzel? No la habrás mirado bien, era un bombón.
– Ya, un bombón envenenado- asegura Edmund, recordando cómo había intentado hacerle caer de todas las formas posibles.
– No ha podido ser para tanto. Eres un exagerado.
En esta ocasión, Edmund hace una mueca, una mueca que se quería asemejar a una sonrisa.
– Cuando encuentres una mujer desconocida en tu cama, desesperada por hacerte el amor, me cuentas.
Y Colin alza los ojos hacia el techo.
«El paraíso. Sexo sin preocupaciones, sin complicaciones, con una hermosa mujer. ¿Cuál es el problema?», piensa. Si algún día le sucedía aquello a él, sería un precioso regalo. Se echa a reír ante tal pensamiento.
– Anda vamos a cenar. Las mujeres siempre me abren el apetito- dice Colin, quitándose la toalla, y caminando por el pasillo con la toalla colgada de los hombros. A parte de ser un hombre que pierde los calcetines en cualquier sitio, es un exhibicionista. Y no tiene ningún complejo.

domingo, 7 de marzo de 2010

II

II
Danielle corre hacia casa, cantando las canciones de su mp3 sin que un sonido llegue a salir de su boca. Ya lleva al menos una hora, y el cansancio comienza a hacer estragos en ella en forma de sudor, agotamiento y cierto abatimiento. Siempre se siente un poco más triste después de hacer ejercicio, aunque nunca se ha preguntado por qué.
Ya está frente a su edificio. Por fin. Aquel día la carrera se le ha hecho más larga que de costumbre. Rebusca en su bolsillo las llaves de casa, pero sus dedos chocan con algo suave, ligeramente húmedo, desconocido. Lo saca con curiosidad, y una flor amarilla con manchas negras en el inicio de sus pétalos aparece ante su vista.
« ¿Y esto?», se pregunta, sorprendida. Su corazón late una vez, con un golpe sordo.
Es una flor bonita, y misteriosamente no se ha estropeado en absoluto durante el tiempo que ha estado en el bolsillo. La contempla unos segundos más antes de continuar buscando las llaves. Sin saber por qué siente una tierna calidez en el estómago.
– Ya estoy aquí, Blanche.
La voz de su hermanita se escucha al otro lado de la casa, en su habitación.
– ¡Vale!
Se asoma, Blanche oculta rápidamente lo que tenía sobre la mesa, fastidiada.
– ¿Qué hacías? ¿Has hecho ya los deberes?
Ella asiente, añadiendo:
– Ya los acabé. Vete, estoy escribiendo en mi diario.
Danielle ríe, y deja a su hermana a solas, cerrando la puerta para darle mayor intimidad. Blanche no lo sabe, pero Danielle no puede evitar leer de vez en cuando aquel cuaderno de princesas Disney que utiliza como diario. Es como conocer la existencia de los unicornios y no desear ver uno. Son sucesos incompatibles.
Guarda el pensamiento entre las hojas de un libro cualquiera y se va a la ducha, aún preguntándose cómo ha llegado aquella flor hasta su bolsillo. Debe preguntarle más tarde a su hermana si ha sido ella, pero probablemente no se acordará.
– Dani, tengo hambre- dice Blanche detrás de la puerta del baño, golpeándola varias veces con los nudillos a la vez que habla.
– Ve poniendo la mesa. Ya veremos que hacemos de cenar cuando salga.
Blanche corretea hacia la cocina, pero finalmente se detiene en el comedor. Quiere jugar con Wanda, así había llamado al neón que sigue su dedo con movimientos rápidos y precisos.
– ¡Blanche! ¿Pero todavía no has puesto la mesa?- exclama Danielle, que sale de la ducha con una toalla enrollada a la cabeza y un albornoz de color albaricoque cubriendo su piel ligeramente bronceada.
– Es que…- se excusa Blanche, mostrando la mejor cara de niña buena que tiene en su repertorio. Había sido su intención poner la mesa, pero…
Pero suena el timbre justo en aquel momento, impidiendo saber si Danielle se ha ablandado o no.
– Voy yo, voy yo- dice Blanche, pegando saltitos hacia la cocina, donde está el interfono.
Pulsa el botón.
– ¿La contraseña?- pregunta, tapándose la nariz, de forma que el sonido que sale de su boca es completamente nasal.
– Pico de plátano tiene miedo- dice la voz al otro lado del interfono, y Blanche se echa a reír, feliz. Pulsa el botón sin más demora, y después grita:
– ¡Es Jacques!
Jacques es el mejor amigo de Danielle, y el amor platónico de Blanche.
El timbre vuelve a sonar minutos después, ésta vez en el piso, y Blanche abre diligentemente.
– ¡Jacques!- exclama, mientras sus ojos oscuros brillan alegres.
– Hola, blanquita. He traído la cena.
Muestra las dos cajas de pizza que lleva en brazos, y le guiña un ojo.
– ¡Genial!
Tira de él hacia la cocina, donde prácticamente le obliga a dejar las pizzas. Danielle está allí poniendo la mesa, y saluda sonriente a Jacques.
– ¡Hola!- responde él, intentando acercarse a darla un beso, pero Blanche vuelve a tirar de él.
– ¡Dejad los saludos para más tarde! ¡Jacques, tienes que ver mis peces nuevos!
Le insta a caminar hasta el comedor, y le señala emocionada.
–Rouge es esa roja de allí, el azul se llama Beau, Brun es el platy negro, Cleo el naranja, y los neones se llaman Wanda, Bleuraie un, y bleuraie deux.
– ¿Por qué le has puesto a dos peces el mismo nombre?- pregunta Jacques, intentando grabar en su memoria los nombres. Imposible, son demasiados, y él tiene muy mala memoria.
– Es que no consigo distinguirlos.
– ¿Y entonces…?- la pregunta del joven habría sido « ¿Y entonces como distingues a Wanda de los otros dos?», pero Blanche le interrumpe, señalando con el dedo hacia el acuario.
Los peces nadan tranquilos, acostumbrados ya al nuevo acuario. Pero en cuanto Blanche acerca el dedo al cristal, uno de los neones nada rápidamente hacia él, como si de un imán se tratase.
– Ésta es Wanda…
Jacques ríe, divertido.
– Ese pez es mi ídolo.
Y Blanche suspira.
– ¿Quieres intentarlo tú?
Ella aparta el dedo, y observa con atención como Jacques la imita, sonriendo.
¿Cómo se puede ser tan estupendo? Blanche está loquita por él.
– ¿Chicos? No es por nada, pero la pizza se está enfriando. ¿Se puede saber qué estáis haciendo?- resuena la voz de Danielle desde la cocina, y Blanche arruga el ceño.
« Jolines, siempre interrumpiendo», piensa.
– Anda, vamos Blanquita, que tu pez no me hace ni caso- dice el chico, echando a andar.
Wanda ni se ha inmutado ante el movimiento de la yema del dedo de Jacques. Y Blanche sonríe, complacida ante la idea de que precisamente fuera su dedo al que sigue el neón. Le hace sentirse especial.
Jacques besa ligeramente la mejilla de Danielle, que sonríe.
– Otro- pide, poniendo el otro lado y sonriendo afablemente— si no la mejilla izquierda tendrá envidia.
No sólo la mejilla izquierda, Blanche a veces también siente envidia del cariño con el que Jacques trata a su hermana mayor. Es una envidia sana, desaparece en cuanto Jacques le dedica uno de sus atentos cuidados.

– ¿Sabes, Blanquita?- le encantaba que la llamase así, y lo hacía porque Blanche no tenía la piel dorada como su hermana, era mucho más pálida. Además del obvio juego de palabras— He elegido la pizza que te gusta; jamón, aceitunas, pollo y extra de queso.
– ¡Te has acordado de todos, qué bien, Jacques!
– ¿A qué se debe esto? ¿Estamos celebrando algo?- pregunta Danielle, mientras coge un cuchillo para remarcar las líneas de las porciones, que nunca llegan a estar cortadas del todo.
– ¡Sí, mis peces!- dice Blanche, totalmente convencida de que así es.
Jacques se encoge de hombros. Si había otro motivo, dejó que por el momento Blanche se saliese con la suya.

Capítulo 2. Él

Despierta de un salto, encontrando a Étoile acomodada a sus pies, ronroneando silentemente. No ha sido consciente de que Morfeo le había secuestrado a su mundo, y sin embargo lleva un buen rato dormido. También es comprensible después de la noche que ha pasado.
– Eh, eh, baja de aquí, no querrás que luego te castigue Colin, ¿No?
Étoile levanta la cabeza, y maúlla suavemente. La gata sabe de sobra que su dueño es muy fácil de convencer, o al menos lo es para ella.
– Bueno, pero que él no se entere- sonríe a medias, acariciándola entre las dos orejas. La felina le observa mientras él se pone en pie, y se estira. Mira el reloj, eran las seis y veintitrés.
« Bueno, allá vamos», piensa, agarrando el teléfono.
Marca un número, sin necesidad de pararse mucho a pensar. Se lo sabe de memoria, lo ha marcado muchas, muchísimas veces anteriormente.
– ¿Diga?- responde una aguda voz femenina al otro lado.
– Soy Edmund.
– Edmund…- susurra Marine, como si no hubiese sabido desde el primer momento que era él. Ahora que le tiene al teléfono no sabe cómo comenzar a hablar.
– ¿De qué tenemos que hablar, Marine?- pregunta él. Su voz suena fría, distante. Tampoco puede evitarlo. Ella se da cuenta, lo que complica aún más su dificultad de expresar las palabras que quiere… Que tiene que decir.
– ¿Puedes quedar? No me gusta hablar estas cosas por teléfono.
El retuerce el cable del teléfono entre sus dedos antes de contestar, de decidir qué hacer.
¿Qué no le gusta hablar aquellas cosas por teléfono? La última noticia que había tenido sobre ella había sido un mensaje, un mensaje que le informaba de que todo se había acabado.
– Sí, claro.
– ¿Dentro de una hora, en el parque de al lado de mi casa?
– Vale- responde él, repentinamente nervioso.
– Hasta luego, entonces.
Marine cuelga, y Edmund continúa aún con el auricular en la mano durante unos instantes.
¿Qué le iba a decir? ¿Quería ella que todo volviera a ser como antes? ¿O era la confirmación de que ya no había nada entre ellos? Pero entonces, ¿Qué quería decir con «Creo que me he equivocado»? ¿Equivocado con qué?
Edmund observa a Étoile, que le devuelve la mirada con aquellos ojos inteligentes, felinos. Es como si le dijera:
« Soy consciente de lo que acabas de hacer»
Pero Edmund está cansado de darle vueltas. Se va al baño, se lava la cara para despejarse, y después se viste, con pulcritud.
Sale pronto, pues no le gusta ir con prisa a los sitios. Aunque sin saber cómo, siempre acaba corriendo. Saliese lo temprano que saliese.

Recorre las calles, aún húmedas por la lluvia reciente. En aquel momento sólo chispea. Edmund se cala la capucha, ignorando las gotas que empapan el resto de su vestimenta. La lluvia le hace sentir vivo.
Está ya cerca del parque cuando se detiene junto a un árbol. Da dos pasos hacia detrás, como si hubiese decidido hacer algo a última hora. Tal vez sí, tal vez no. Entra en la floristería que acababa de dejar atrás. Un revoltijo de aromas mezclados inunda sus fosas nasales, y un colgante colocado tras la puerta repiquetea al entrar.
– Bonjour- saluda la dueña de la floristería, sonriendo amablemente.
Edmund la devuelve el saludo con un asentimiento de cabeza, amable, como siempre.
– ¿Puedo ayudarle en algo?
Edmund asiente, y después señala unas flores en concreto.
– ¿Pensamientos? ¿Es eso lo que quieres?
Él asiente de nuevo.
– ¿Quieres una maceta?
El niega con la cabeza. Hace señas, explicándole que únicamente quería una flor, y señala exactamente la flor que ha elegido.
La mujer frunce el ceño. Se pregunta si aquel hombre es mudo o si le está tomando el pelo. Nunca antes le habían pedido una única flor, a no ser que fuera una rosa, un clavel, o una de las flores comunes. No se le ocurría ni como cobrarle.
– Puedes llevártela, te la regalo- decide al fin, tendiéndole la flor que él mismo había escogido.
Él medio sonríe, dejando un billete de cinco euros sobre la mesa.
La dueña va a rehusar aceptarlo, pero él ya se ha dado la vuelta, y sale de la tienda.
– Qué hombre más extraño- murmura la mujer, guardando los cinco euros en la lata que guardaba bajo la mesa que hacía las veces de mostrador.
Edmund regresa a la calle, dónde mira de un lado a otro, como si buscara a alguien. Pero no hay nadie conocido, tan sólo personas que caminan con sus paraguas, ajenos a todo el mundo que les rodea.
Se dirige hacia el parque, sentándose en un banco justo antes de entrar. Espera, ocultando el pensamiento en su bolsillo con cuidado. Es una flor delicada, y no quiere que se estropee.
Al fin llega ella. La joven de cabello castaño y ojos verdes como la hierba sonríe alegremente. Está tan contenta de verle.
Él la abraza, y ella suspira como si llevase todo el día esperando aquel encuentro. Como si no hubiese tenido suficiente con aquel fugaz beso en el metro, aquella misma mañana.
Él saca del bolsillo la flor, y la coloca en el bolsillo de la joven, sin que ella sea consciente. Ella sonríe aún envuelta entre sus brazos, mientras él respira profundamente su olor, un perfume ligeramente dulce, pero para nada empalagoso; el olor a felicidad. Se separan, absorbiendo mutuamente con la mirada cada uno de sus rasgos, tratando de recordar cada instante, de atesorarlo en su memoria.
Ella recorre el labio de él con un dedo, deteniéndose en una de las comisuras. Piensa:
« Sonríe, tienes una sonrisa preciosa. ¿Por qué no la aprovechas?»
Él la observa. Su corazón late rápido, y habría querido que el tiempo se detuviese. Para siempre. Pero no puede ser. Nunca podría ser.
Ella le besa suavemente, un beso de despedida, antes de echar a correr. Lleva pantalones de deporte, y de sus orejas cuelgan unos cascos conectados al mp3. En aquel momento está sonando «Quelqu’un m’a dit» de Carla Bruni.
Él suspira, observándola marchar. Después, se encoge de hombros y se deja llevar.
– ¿Qué?- Edmund frunce el ceño. No recuerda haber recorrido la mitad del camino, pero supone que tenía tantas cosas en qué pensar que su mente se ha desconectado de la realidad. No es la primera vez que tiene aquella sensación.
Entra en el parque, buscando a Marine con la mirada. Han quedado allí muchísimas veces, junto a la fuente con forma de hidalgo montado a caballo. Aún así nunca se han interesado por saber a quién representa. ¿Qué podía importar eso?
Una joven rubia de cabellos claros y ondulados, menuda, y de piel clara, está sentada en el borde, esperando a que Edmund llegue. Marine.
El joven piensa que tal vez ha sido mala idea, pero ya es demasiado tarde. Marine le ha visto.
Camina hacia él, sonriendo nerviosamente. Él no le devuelve la sonrisa, aunque sí se moja los labios, descubriendo un sabor dulce a fresa que no estaba allí antes.
– Pensé que no vendrías- dice Marine, acercándose para besarle.
Pero él se retira, sutilmente. Está confuso, necesita explicaciones. Aunque no está muy seguro de querer conocer sus motivos.
– Estás enfadado, lo comprendo- dice ella, deteniéndose, a una distancia prudencial. En el fondo, esperaba que él la recibiera con los brazos abiertos. Como si nada hubiese sucedido. Edmund tampoco responde a aquello, se dedica a observar los cambios en el rostro de la joven, intentando adivinar lo que oculta, lo que sus labios no dicen.
– Te debo una explicación- dice ella, mordiéndose el labio. Está nerviosa, y no sabe desde que perspectiva debe abordar la conversación. Que Edmund no hablara no la ayuda a centrarse.
– Sé que decirte eso en un mensaje no estuvo bien. Lo siento, pero estaba muy confusa- parece arrepentida de verdad— Edmund, di algo, por favor.
Él decide facilitar un poco las cosas, aunque su primera intención había sido dejarla hablar a ella. Escuchar era la manera más fácil de lograr entender algo. Porque él no entendía nada.
– ¿Por qué estabas confusa?- pregunta.
Ella respira hondo.
– Hemos tenido demasiados cambios en poco tiempo. Discutíamos mucho. No estaba segura de que esto funcionase.
Edmund arruga los labios, y ella traga saliva. Ahora que sabe que él iba a contestar a sus palabras, tiene miedo de la respuesta que podía dar.
« ¿No pudiste hablarlo conmigo antes?», piensa él.
– ¿Y ahora?- pregunta él.
– Te quiero, Edmund. No tenemos una buena época, pero todas las parejas pasan por sus baches ¿Verdad?
Necesita una confirmación para aquella pregunta que le ha estado corroyendo durante todos aquellos días anteriores.
– Sí…- contesta él, y ella sonríe. Pero Edmund no ha acabado— Pero yo ya no estoy seguro.
Ella enarca las cejas, su sonrisa se desdibuja mientras un nudo se acomoda en su garganta, incómodo, constrictor.
– ¿Qué quieres decir?
Las palabras que Marine no quiere oír salen por la boca de él, inevitablemente.
– No lo sé. No creo que debamos seguir con esto.
El labio inferior de ella tiembla. La voz de él es fría, pero sólo porque debe mantener las apariencias. Se siente débil, confuso. Como ella.
– ¿Me estás dejando?
– Sí- contesta. Ni siquiera es consciente de cuando ha tomado esa decisión.
La visión de Marine se torna difusa, nublada por las lágrimas. Lágrimas de desconcierto, de dolor, de pérdida. Ella pensaba que todo iba a volver a ser como antes, pero la realidad que ha encontrado es muy distinta.
– ¿Por qué?- pregunta mientras la primera de las gotas saladas se escapa de sus ojos y recorre su pálida mejilla.
– Es mejor así. No llores. No me lo pongas más difícil, por favor- Edmund da un paso hacia ella, mientras su corazón se encoge en un puño. La quiere, claro que la quiere. Pero es un amor deteriorado por las discusiones, un amor enfermo, malogrado. Un amor que a la larga no puede hacer más que daño.
Ella tiene entonces dos impulsos contradictorios. Quiere aferrarse a él, abrazarle para olvidar que aquello era el fin, y a la vez desea huir, su sola presencia le hace daño.
– Pero…- busca una manera de convencerle, ignorante de que la decisión ya está tomada.
– Hay otra mujer- miente Edmund. Supone que de ésa manera será más sencillo odiarle, y así le costará menos trabajo olvidarle.
Ella aprieta los labios, confusa ante la última afirmación. Sólo queda ya la segunda opción, y se vuelve un segundo antes de echar a correr.
– Edmund, no quiero volver a verte nunca más.
Lágrimas amargas caen ahora a borbotones por sus mejillas, desbordadas.
– Lo sé. Que te vaya bien, Marine- responde él al viento, mientras se muerde el labio, tal vez con demasiada fuerza. Su corazón también está resquebrajado, pero ha hecho lo correcto. Al menos, a su parecer.

V

V
El timbre suena, igual que siempre, tres timbrazos cortos y uno largo al final, el sonido inequívoco, el sonido habitual.
– ¿Quién es?- pregunta Danielle, de todas formas. Sólo Blanche llama así.
– Anda, abre. Me muero de hambre.
Ella pulsa el botón, y después remueve un par de veces más los espaguetis que se ablandan en la cazuela. Le encanta la comida italiana, de hecho había dado un curso el año pasado, y se le da muy bien.
– Lunes, ¡Pasta! Hay cosas que nunca deben cambiar- dice Blanche, olfateando a la vez que cruza la entrada dando un par de cómicas vueltas que casi le hacen perder el equilibrio. Está alegre.
Blanche es la hermana pequeña de Danielle, tiene 11 años. Vive con ella desde hace un par de años, después de que un trágico accidente de coche se cobrara la vida de sus padres. Nunca hablan de aquel tema, pero conservan la fotografía de familia en el salón. Que no exterioricen sus recuerdos, no significa que los hubieran olvidado.
Blanche quiere entrar en el comedor, pero Danielle se interpone, adivinando sus intenciones.
– Ni hablar.
– Pero… ¡Quiero verlos! ¿Me gustarán? Oh, s'il te plaît, s'il te plaît, s'il te plaît...
Danielle sonríe, complacida ante la mueca entusiasta de su hermana.
– Ve a ponerte el pijama y a lavarte las manos. En cuanto acabemos de comer, te prometo que serás tú misma la que les sacarás de la bolsa.
Sí, estan dentro del acuario, pero aún embolsados. Para que los peces se acostumbren a la temperatura del acuario es conveniente introducirlos con la bolsa al menos media hora antes de soltarlos en el agua.
– ¡Vale!- exclama Blanche corriendo hacia la habitación, y deteniéndose un segundo antes de entrar, mirando hacia atrás.
– ¿No estarás pensando en hacerme trampas?- pregunta Danielle, frunciendo el ceño.
– ¡No! Sólo quería decirte “hola”. Se me había olvidado saludarte.
Y Danielle sonríe de nuevo.
– Hola Blanche…- le guiña un ojo, y después añade— como me hagas trampas, no te dejaré soltarlos en la pecera.
La muchachita tarda apenas unos minutos en cambiarse, y corre hacia la cocina sin desviar la mirada hacia el comedor. La tentación de ver los peces es grande, pero la posibilidad de liberarlos ella misma es aún más fuerte.
Pone la mesa, mirando fijamente a su hermana mayor, que acaba de echarle la salsa a los espaguetis y está comprobando si les falta sal.
– ¿Cuántos guppys has comprado?
Necesita respuestas con las que saciar su incansable curiosidad.
– Dos- aquella fue la primera pregunta a la que Danielle accede a responder.
– ¿Sólo dos?- para ella que espera llenar completamente la pecera de peces, dos se le antojan muy pocos.
– Sí, un macho y una hembra.
– Pero…- Blanche cavila, poco convencida- ¿Y si no se gustan?
Danielle se ríe, divertida ante aquella pregunta.
– Se gustarán.
– ¿Cómo puedes estar tan segura?
– Porque los he elegido yo.
Blanche se cruza de brazos, aún dándole vueltas. ¿Y si su hermana no tenía razón? Pero se olvida de todo cuando el plato de espaguetis está frente a sus narices. ¡Olían tan bien, y ella tiene tanta hambre!
Engulle la comida mientras observaba a Danielle, que come lentamente, sin prisa.
« ¿Por qué irá tan despacio?», se pregunta, molesta. Quiere ir a ver los peces sin más demora.
– Venga, venga, vamos- insta, mientras su hermana acababa de recoger la mesa.
– Si me ayudaras tardaríamos menos- refunfuña, poniendo los vasos en el fregadero.
– Ya está. ¡Vamos!- tira de la manga de Danielle hasta que llegan a la puerta del comedor. Se para a mirarla un segundo, buscando en su rostro el permiso para abrir. Danielle sonríe, sorprendida ante lo pequeña que parece su hermana en aquellos instantes.
– Adelante.
Abre la puerta, expectante. Las bolsas flotan en la pecera, situada junto al televisor.
– ¡Oh!- exclama, mirando a los peces desde todos los ángulos posibles, excitada, feliz— ¡Me encantan!
Hace un curioso baile antes de recordar que los peces siguen estando ahí, atrapados en sus respectivas bolsas. Coge la primera, sin esperar a que Danielle le de permiso, y suelta el nudo, introduciendo al primer pez, que colea feliz de ser liberado de su cárcel de plástico.
– Se parece a Cleo- asegura señalando aquel pez, mientras trata de desenredar uno a uno los nudos de las bolsas.
– Está bien. Puedes ponerles nombres- Danielle sonríe complacida— Al fin y al cabo, te los ganaste.
Blanche da varias vueltas alrededor del acuario, observando a cada uno de los peces que nadan explorando su nuevo hogar.
El guppy azul ya persigue insistentemente al rojo, que nada velozmente, huyendo del bólido azul que era su persecutor. Blanche no sabe de suficiente psicología sobre peces como para entender si huye porque no le gusta, o si únicamente están jugando. En realidad, ¿Existen esas dos posibilidades?
Danielle ha aprovechado aquel momento para escabullirse, y se ha tumbado en su cama a leer. Desde su habitación se oye de vez en cuando las carcajadas emocionadas de Blanche. Hay un neón que la persigue el dedo, y eso la divierte enormemente.

lunes, 1 de marzo de 2010

IV

IV
En otra parte de la ciudad, Edmund estudia su libro, sentado en una mesa alejada de su club de fans. Ya ha acabado su jornada, pero se ha quedado un rato más en la biblioteca para darle un repaso al libro.
« Espero que Colin haya llegado ya a casa», piensa, mientras su estómago gruñe sonoramente.
Colin es el compañero de piso de Edmund. Hace poco que han hecho un trato: «El primero que llegue hace la comida». Y Colin siempre se las arregla para llegar el último.
«Bueno, ya está bien por hoy», se dice, levantándose de la silla. Las chicas se percatan de aquel movimiento, y empujan a Lilly a levantarse, la joven forcejeando para mantenerse sentada. Allí va la segunda parte de su ideado plan de seducción.
– Gabrielle, no puedo hacerlo- jadea Lilly, sus rodillas temblequean espasmódicamente.
– Anda tonta- responde la cabecilla del grupo, Gabrielle— es una tarea muy fácil.
– Se os escapa- susurra Clervie, señalando con la cabeza a Edmund, que ha atravesado ya la mitad de la biblioteca.
– Adelante, Lil. No nos avergüences.
Lilly camina indecisa tras de él, mirando un par de veces atrás, donde sus amigas le esperaban ansiosas.
– Eh, perdona…
Edmund no la oye, sigue caminando hacia la salida.
– ¡Oye!- corre tras él, y Edmund se gira sorprendido. ¿Quién grita así en medio de una biblioteca? Muchas cabezas se habían levantado hacia ellos. Cabezas con miradas desconcertadas, miradas acusadoras, miradas divertidas.
– ¿Me llamas a mí?- susurra él, buscando aún a otra persona a la que pudiese pertenecer aquel grito.
– Sí- jadea Lilly, ocultando sus manos temblorosas tras la espalda.
– Bueno… ¿Y qué es lo que pasa?
– Quería preguntarte una cosa, Ed- dice, mirando fijamente la tarjeta identificativa que lleva colocada en el borde superior izquierdo de su camisa.
– Edmund- corrige él, frunciendo ligeramente el ceño.
– Edmund- repite ella.
– ¿De qué se trata?- apremia él.
El señor Lamboige, que es como un sabueso, ha escuchado el grito de la joven y baja las escaleras hacía aquel piso, con la misma energía con la que desenterraría el perro un hueso.
– Ya sé que sé que ahora no estás trabajando, pero… ¿Podrías decirme dónde está la novela policiaca?
– Está en el tercer pasillo- dice Edmund, encogiéndose de hombros- Si tienes alguna duda más, puedes preguntarle a mi compañero.
Señala con la cabeza al muchacho que está ahora detrás del escritorio.
– Vale, gracias- responde ella, riendo nerviosamente.
– De nada- dice él, girándose de nuevo para marcharse.
– Hasta mañana, Edmund.
Ella sonríe lo mejor que sabe hacerlo, pero no obtiene demasiado a cambio.
– Adiós- dice él, mirando un segundo atrás.
En cuanto desaparece por la puerta, Lilly camina eufórica hasta sus compañeras.
– ¿Qué te ha dicho?- pregunta Monique.
– Eso no importa- dice Gabrielle, sonriendo agudamente— ¿Cómo se llama?
– Edmund- responde Lilly, mordisqueando sus uñas de nuevo.
– Ed, es un nombre bonito- dice Clervie, encogiendo los hombros.
– Edmund- repite Lilly- no le gusta que le llamen Ed.
Se miran, y repiten todas a la vez.
– ¡Edmund!
Después, se echan a reír.

Por otro lado, Edmund se cruza en las escaleras con el señor Lamboige, que le saluda preguntando:
– ¿Ha visto quién ha gritado?
Está seguro de que ha llegado tarde para averiguarlo. Incluso con sus capacidad para detectar culpables.
– No, señor- miente Edmund.
– Está bien, hasta mañana señorito Fontaine.
– Hasta mañana- responde él, bajando las escaleras a toda prisa.
Ya en el portal, recibe una llamada.
– ¿Sí?
– ¡Hola!
– Hola, Colin- ¿Llegaste ya a casa?
Espera que conteste que sí. Que hay una deliciosa comida esperándole en casa.
– No. Te llamaba por eso. Me voy a quedar a comer con una amiguita, ¿Vale?
– Vale- responde Edmund. Su deseo se ha ido al traste, llegaría a casa no habría comida preparada en la mesa.
– Genial. Nos vemos para la cena.
– Adiós- responde él, y después cuelga.
Tiene tanta hambre que no puede esperar, al pasar al lado de una panadería se compra un bocadillo. No es una cosa del otro mundo, pero es comida. También llueve, pero no le importa. Le gusta la lluvia.

Entra en casa, Étoile le saluda con un maullido.
– Sí, lo sé- dice mientras le echa comida en su plato azul marino.
La gata se abalanza sobre su comida, ignorando momentáneamente a su dueño.
– ¿Tú también?
Se desviste de camino hacia el baño, dónde se lava los dientes cuidadosamente.
Enciende la radio, y tararea una canción con la boca llena de espuma. Sonríe, su sonrisa era apenas un movimiento de las comisuras de sus labios hacia arriba. Pero sus ojos también sonríen.
Va al comedor, y Étoile se le une por el camino. Maúlla suavemente, y él chista.
– Ahora tienes que dejarme dormir, estoy agotado.
La gata no comprende nada de lo que el muchacho está diciendo, pero se calla.
Se tumba en el sofá, y bosteza. Tarda unos minutos en darse cuenta de la luz roja que parpadea en el teléfono. Tiene un mensaje.
Se estira, tocando el dispositivo con las puntas de los dedos.
– Venga, un poquito más- se dice. No tiene ninguna intención de levantarse, a no ser que no consiga alcanzarlo. Pero sólo, y únicamente en ese caso.
– Ya está- lo sostiene entre sus manos, y Étoile maúlla como respuesta.
Le da al botón, y la voz de una mujer resuena por el salón.
“Hola, Edmund. Soy Marine. Lo he estado pensando mucho, y creo que me equivoqué. ¿Podríamos vernos? Llámame, un beso”.
Edmund vuelve a darle a la tecla, entre desconcertado y sorprendido. La voz de ella vuelve a sonar, y cuando el mensaje se acaba, él lo borra sin pensar más.
– Te llamaré más tarde- dice, colocando el teléfono en su sitio.
Marine es la novia de Edmund. Bueno, lo había sido hasta hace dos días, cuando le dejó sin dar más explicaciones que “Necesito tiempo para pensar”. Hacía tiempo que la cosa no funcionaba del todo bien, pero el joven se merecía al menos una explicación. Unas palabras. Algo más que un mensaje diciendo: « Necesito tiempo para pensar. No me llames» Y ahora volvía, así, sin más.
« No lo entiendo», se dice Edmund. Pero el sueño le vence instantes después, impidiéndole que pueda preguntarse la cuestión más importante. ¿Qué le había hecho volver?